Homilía pronunciada por: Mons. Gabriel Enrique Montero Umaña.
Estimados hermanos, en primer lugar ya que no lo hicimos al inicio de la misa reconocer la presencia acá con nosotros y la transmisión que están haciendo tanto Radio Sinaí, como Radio La Negrita de Cartago, como la Radio María y también Radio Emaús, de manera que agradecemos a ellos esta posibilidad que nos dan de llegar a mucho más personas por medio de estos medios tan poderosos que tenemos a nuestra disposición.
Han asignado, nos han asignado para esta santa misa el tema, digamos así, de María Madre de la Reconciliación. No olvidemos que estamos en el Año de la Misericordia, el Año Jubilar de la Misericordia, no olvidemos que estamos en ese clima de la misericordia y no olvidemos tampoco que la Reconciliación tiene que ver íntimamente con la Misericordia. No hay reconciliación sin misericordia, no hay misericordia sin reconciliación.
Vamos a reflexionar un poquito sobre este tema, María Madre de la Reconciliación, no sería malo gastar unos segunditos recordando primero que todo, bueno y ¿Qué es la Reconciliación?, porque a veces lo confundimos con el perdón, mientras que el perdón es un acto individual, personal, inmediato, voluntario, que cada uno de nosotros puede conceder o concede de hecho a alguien por una ofensa o en su caso Dios hacia nosotros, el perdón es un acto que se da, porque yo, porque Dios así lo decide, porque yo así lo decido de perdonar a mi hermano o a mi hermana, de re-aceptarlo a mi amistad, de olvidar su culpa, de perdonar cualquier delito que hubiese cometido o cualquier ofensa, ese es el perdón. Absolutamente necesario, indispensable para ser cristianos, indispensable también para que se dé la reconciliación. ¿Qué es entonces la reconciliación? Es el proceso que continúa después del perdón, es el proceso por el cual en primer lugar Dios va sanando en nuestro espíritu, va curando las heridas que puedan haber producido las ofensas que nos hayan hecho o porque así decidimos tomarlas como ofensas. La reconciliación es un proceso de rehacer la amistad para volver a la misma amistad de un inicio, que se había roto desde luego por el delito o por el pecado. La reconciliación es un proceso de recocer, reconstituir, fortalecer la relación humana o nuestra relación con Dios mismo. Decimos un proceso a diferencia de un acto concreto como es el perdón. La reconciliación lógicamente tomará más tiempo para ir sanando, para ir normalizando, para ir armonizando la relación entre las personas de que se trate, Dios hacia nosotros y viceversa o entre nosotros mismos.
Que Dios nos ha reconciliado eso lo tenemos todos muy claro, interesantemente Dios no nos ha solamente perdonado, Dios nos ha también reconciliado. Eso nos lo dice muy claro la primera lectura de hoy de San Pablo a los Corintios, cómo efectivamente Dios en Cristo estaba reconciliando el mundo consigo, porque fue por su entrega total, fue por la donación de su vida, fue por el derramamiento de su sangre, fue por su propia entrega y su misma humillación que el Señor quiso concedernos a nosotros tanto el perdón de nuestros pecados como la necesaria reconciliación. Que Dios es reconciliador lo debemos decir y muy claro y que además solamente él en Cristo es el único reconciliador, el Padre decide reconciliarnos, el Hijo entrega su vida, el Espíritu Santo lleva acabo el perdón de los pecados y lleva acabo también desde dentro de nosotros ese proceso de sanación que es la reconciliación.
Yo supongo que a todos nosotros nos es claro, innecesario casi decirlo que estamos hablando de un tema de suma importancia para la vida diaria nuestra, para la vida de nuestros matrimonios, de nuestras comunidades cristianas, para la vida de nuestro pueblo Costa Rica, en fin. El tema de la reconciliación o si ustedes quieren también desafortunadamente el tema de la irreconciliación, que es todo lo contrario, claro. Que Jesucristo es el único reconciliador, los católicos lo tenemos bien claro, pero que la Virgen María juega un papel esencial en esa reconciliación junto a su Hijo, se podía decir al lado de su Hijo, pero también al servicio de su Hijo como humilde sierva, María juega un papel esencial junto con él en este proceso de la reconciliación. Por eso hoy podemos hablar de María Madre de la Reconciliación, pero veamos un poquito cómo en el evangelio, cómo en varios momentos en que la Sagrada Escritura nos habla de ella podemos aprender lo que ella de hecho hizo y cómo contribuyó a la reconciliación de la humanidad con Dios y de Dios con la humanidad y de la reconciliación entre nosotros los seres humanos.
Conocemos en primer lugar a la Virgen María por la Anunciación, como ya se nos describió antes allá y como rezamos hace un ratito la Anunciación. Allí María se presenta no como una mujer individual, no solamente como una joven israelita, sino que se presenta en nombre de toda la humanidad y después de escuchar el anuncio del Ángel que le trajo a ella no poca turbación, que le trajo a ella no poca confusión, que le trajo a ella un cambio radical en su vida y por tanto podemos hablar sin ningún temor un verdadero conflicto interno, porque hermanos allí va o por allí va el asunto de la reconciliación. Tiene que ver con un conflicto original no resuelto, la irreconciliación y la reconciliación. La Virgen María ante el anuncio del Ángel en el nombre de Dios terminó dando un Sí, en nombre de toda la humanidad. Es evidente que la humanidad no estaba reconciliada con Dios, Dios no tenía nada contra nosotros, pero nosotros desde el momento del pecado original estábamos irreconciliados con Dios. El sí de María cierto que tuvo un carácter personal porque ella le dio al Señor un Sí, una respuesta personal, claro que sí, pero que estaba actuando en nombre de toda la humanidad, es evidente porque lo hacía obedeciendo al proyecto de Dios que quería salvar, ni más ni menos, que a través de su Hijo, salvar a toda la humanidad. María desde aquel momento se convierte en una mujer universal, ella da el Sí en nombre de todos nosotros. No nos olvidemos que es la primera vez en la historia después del pecado original que un ser humano le dice a Dios con toda claridad, con toda propiedad, con toda convicción, le dice que Sí. Y un Sí que él podía aceptar, porque venía no de una criatura humana cualquiera, sino que venía de aquella mujer que había sido purificada, había sido concebida sin pecado desde el momento mismo de su concepción. Ese Sí, es un sí particular que trajo, ya podríamos decir la reconciliación de la humanidad con Dios, es el primer Sí, claro y decisivo de la humanidad a Dios. Incluso el de Jesucristo vendrá después, el Sí definitivo de Cristo vendrá con su Pasión y vendrá después con su Muerte, pero el Sí de María preparó el camino para la llegada del Sí definitivo de Jesucristo. Sin el Sí de Jesucristo no hubiera sido nada el Sí de María, pero llegó primero. María está contribuyendo pues a la reconciliación de la humanidad, de la humanidad con Dios y viceversa. María está ahí al lado de aquél que va a ser el único y perfecto reconciliador, ya desde ese momento de la Anunciación.
Cuando nosotros encontramos a María en el Templo cuando llevaban al Niño Jesús a circuncidar, cuando María recibe el anuncio de Simeón, acerca del Niño que va a ser signo de contradicción y acerca de ella cuyo corazón va a ser traspasado por una lanza, María no responde nada, porque no había nada que responder. María en ese caso no pregunta, había preguntado al Ángel, pero ya le había sido suficiente, en el caso de Simeón ella no pregunta nada, con un silencio total da un asentimiento perfecto a la voluntad de Dios sobre ella y sobre toda la humanidad.
Vean qué interesante que María ya desde ese momento acepta la Pasión, acepta que su Hijo sea signo de contradicción, es decir, acepta ser la Madre de él que lo acompañará hasta el final y María ya desde ese momento con su silencio total está contribuyendo a la reconciliación. Yo digo esto del silencio, hermanos y hermanas, con toda mala intención, es decir, con toda buena intención. Yo lo digo porque ojalá que entendamos cuánto contribuye un silencio a la reconciliación entre las personas, por no guardar silencio en el momento oportuno terminamos irreconciliándonos los unos con los otros. Por no saber guardar un silencio que es el silencio de Dios, es el silencio respetuoso ante el misterio, nosotros muchas veces enturbiamos las aguas, enturbiamos una relación humana, creamos un conflicto del cual viene la irreconciliación entre nosotros. Pongámosle atención a esos silencios de María porque ahora la encontramos en el Templo cuando el Niño se les extravió a ellos, que no se perdió, sino que se les extravió a ellos y cuando el Niño por fin es encontrado en el Templo y cuando María le reclama que por qué les ha hecho eso y el Niño les dice simplemente cómo no sabían ustedes que yo debía estar aquí en casa de mi Padre y María podría haber dicho cómo me respondes así, no pides ni siquiera excusas de habernos hecho sufrir por estos días que te andábamos buscando casi desesperadamente. El Niño no pide perdón, el Niño no dice nada más que eso, que si no sabían que él debía estar en las cosas de su Padre. Les pregunto a ustedes hermanas y hermanos, ¿qué dijo María? Ni una sola palabra, ni una sola palabra. ¿Entendió lo que le dijo el Hijo?, no lo entendió para nada. Son de esas cosas que ella tenía que guardar en su corazón, una vez más se encontraba delante del misterio. Ella no entendió, tenía que meditar aquello, porque no entendía como aquél Hijo que había sido simplemente el Hijo de ellos, ahora hablaba de un Padre a quien tenía que obedecer primero. Pero María no le reclamó, María no lo regañó, María no le preguntó, María simple y sencillamente calló. Y sin embargo, estaba contribuyendo a la reconciliación porque por allí empieza la irreconciliación y por allí empieza también la reconciliación. María es Madre de la Reconciliación porque no armó un problema con su Hijo. Cuánto podemos nosotros contribuir a la reconciliación entre nosotros mismos si sabemos darle la solución justa a un conflicto. María podría haber armado un lío a su Hijo, haberle reclado, haberle pedido explicaciones por esa respuesta. María no dijo absolutamente nada, callaba y meditaba estas cosas en su corazón. Díganme ustedes si eso no es contribuir a la reconciliación. Cuántos de nosotros contribuiríamos mucho más a la reconciliación con esos silencios creativos, con esos silencios contemplativos.
Después vemos a María en las Bodas de Caná, María pidiéndole a su Hijo sin pedirle que haga algo para solucionar el problema del vino que se ha terminado y el Hijo le vuelve a responder de una manera un poco grosera, aparentemente grosera, le dice qué tenemos nosotros que ver aquí con ésto y segundo no ha llegado mi hora, es decir, no, yo no voy a hacer nada, yo sé que me estás pidiendo que haga algo, yo no voy a hacer nada. ¿Qué hizo María? Aquí sí dijo una palabra, pero dijo la palabra justa, la palabra que correspondía en ese momento, hagan lo que él les diga, yo no soy la que mando, el que manda es él, hagan lo que él les diga. María podía haber traído todo un conflicto de autoridad con su propio Hijo, ¿cómo si yo soy tu madre? Debes hacer lo que yo te digo. Nada de eso. Nada de eso. Les dijo a los discípulos hagan lo que él les diga.
Hermanos y hermanas les ruego que piensen en esto no porque lo estoy diciendo yo, es que esos son los casos de la vida diaria, por allí vienen los problemas de la irreconciliación, por allí vino el primer problema con Adán y Eva y por allí vienen todas las irreconciliaciones de la historia y María nos da un ejemplo de ser Madre de Reconciliación, ningún problema de autoridad, aquí el que manda es él y yo me hago a un ladito y yo con ustedes le obedezco. La falta de obediencia desde nuestros primeros padres hasta hoy día, está siendo la causa de cantidad de conflictos humanos y de conflictos sociales, la incapacidad de aceptar a otra persona, la incapacidad de obedecerle, la incapacidad de respetarla y todo lo demás que viene contrario a eso, no contribuye más que a la irreconciliación.
Y por fin en el evangelio de hoy nos aparece María al pie de la Cruz. De nuevo ella está jugando un papel en nombre de toda la humanidad, ¿no es una simple criatura humana, una simple muchachita de Nazareth?, sí que lo es, pero es la representante de toda la humanidad y allí al pie de la Cruz va a recibir una nueva sorpresa porque cuántas sorpresas tuvo que recibir de su Hijo. Su Hijo fue para ella una sorpresa constante, por qué, porque Dios es así, Dios es una sorpresa constante. Y allí cuando él ya moría lo que ella, seguramente, menos esperaba, lo que nos dice el evangelio de hoy Madre ahí está tu hijo. Hijo ahí está tu Madre. Y desde aquél momento Juan se la llevó a su casa. Un nuevo conflicto resuelto. María no dijo una sola palabra, sin embargo en ese momento estaba aceptando junto con su Hijo la redención de la humanidad, que fuera derramada aquella sangre preciosa que le valió a la humanidad su perdón y su reconciliación. Cómo no va a ser María Madre de la Reconciliación. Con un silencio total, sin una sola palabra, sin ningún reclamo de ninguna especie, ¿ahora tú quieres que yo me vaya a vivir a la casa de este bendito Juan y que vaya a estar bajo sus órdenes? Sí, porque ahora eres una vez más la esclava del Señor, porque ahora vas a ser parte de la Iglesia, porque Juan está representando a la Iglesia. Y María acoge a la Iglesia y la Iglesia acoge a María en ese momento glorioso al pie de la Cruz.
Dejemos otros momentos, basta por ahora y sobra para darnos cuenta qué papel más importante juega María y ha jugado a lo largo de todos los siglos en cuanto a la reconciliación con Dios y entre nosotros mismos.
Quisiera terminar con una sola…, más que todo dejarles la inquietud, pensemos lo que ha contribuido esa imagencita que tenemos delante, la Virgencita de los Ángeles, lo que ha contribuido a la reconciliación en este país, lo que ella con su intercesión constante ante su Hijo ha hecho posible que se den en este país cosas increíbles que solamente pueden venir de Dios y esta romería hasta Cartago son una de esas y todo el derroche de milagros y bendiciones que ha derramado sobre este pueblo costarricense que después de todo mantiene una cierta unidad, una cierta en la unidad en la fe cristiana y una cierta unidad en torno a la Virgen de los Ángeles. Yo me temo, me temo hermanos y hermanas que si no fuera por esa intercesión de la Virgen de los Ángeles, los ticos ya nos hubiéramos matado todos los unos a los otros. Yo me temo que ya nos hubiéramos matado todos los unos a los otros, si no fuera porque tenemos una Madre que desde su trono y desde su trono real, desde esa imagen sencilla que tenemos delante, nos recuerda que somos hijos e hijas de un mismo Padre, nos recuerda que fuimos redimidos por su propio Hijo, nos recuerda que ella es nuestra Madre y nosotros sus hijos y tenemos la dicha de contar siempre con su bendita protección. Que así sea.