Homilía Ordenación Presbiteral del Diác. Alejandro Gamboa y Diaconal de Jesús Piedra

        Homilía pronunciada por: Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña.

        Hermanos y hermanas, toda la vida es sagrada, toda nuestra vida es sagrada y por tanto, es importante cada momento de ella. Es importante y es solemne cada momento que vivamos, pero es lógico que haya momentos más solemnes, que haya momentos de la vida que son particularmente importantes, digamos así; o particularmente solemnes como éste que estamos viviendo ahora aquí. ¿Y por qué es solemne este momento? ¿Solamente porque se va a ordenar un sacerdote o porque va a ser ordenado un diácono? Es solemne este momento porque dos personas, dos jóvenes, por lo menos relativamente jóvenes, ¿verdad?, dos jóvenes, relativamente jóvenes, van a hacer un compromiso, un compromiso solemne, un compromiso sagrado, son de esos momentos en que resalta la dignidad de la persona humana, son de esos momentos en donde nos damos plena cuenta de cuán importante es un sí. Se compromete toda nuestra vida. Qué importante este momento cuando estos dos jóvenes van a entregar su vida enteramente al Señor, para servirle a Él y para servir a la Iglesia, para servir a la humanidad.

        No me digan que esto no es importante y no me digan que esto no es solemne, no somos nosotros que lo hacemos solemne, no son los dos obispos que hay aquí, ni tanto sacerdote, no somos nosotros que lo hacemos solemne, es la ordenación misma que tiene ya su propia sacralidad, su propia solemnidad.

        Por allá están diciendo y se oye mucho decir, ¡No hay vocaciones, no hay vocaciones! Tengamos cuidado con esta que es una mentira a medias, que no hay vocaciones. Hay vocaciones y abundantes en algunos países, así como hay un poco menos o hay crisis de vocaciones en otros. ¿Cuándo no ha sido así? ¿En momento de la historia de la Iglesia no ha sido así? Y vamos al ejemplo de Costa Rica, ¿podríamos decir que no hay vocaciones?, cuando hay casi ciento cincuenta jóvenes en el Seminario Mayor, cuando hay cuarenta y un muchachos en el Seminario Introductorio, cuando tenemos nosotros cuatro en el Pre-introductorio y otros cuatro en el Introductorio, allá, ¿podríamos decir que no hay vocaciones?, cuando son miles y miles y miles y miles, quizás que millones, sumados todos los seminaristas del mundo. Y son miles y miles y miles los que también se adhieren al Señor Jesucristo a través de la vida consagrada, muchos de ellos también orientados hacia el sacerdocio. Entonces tenemos que tener cuidado cuando decimos que no hay vocaciones. Ciertamente que en Costa Rica las hay todavía y gracias a Dios. Y en otros países aún cuando nos pareciera que la fe ha decaído, que se ha acabado el cristianismo, ¡cuidadito! porque tenemos sorpresas en Europa, tenemos nuestras sorpresas en Estados Unidos, tenemos nuestras sorpresas en Australia, países donde nosotros habíamos dicho están descristianizados, se ha terminado la fe. ¡No, no!, no se ha terminado la fe, los gérmenes de la presencia de Dios y los gérmenes del poder del Espíritu Santo siguen actuando en su Iglesia con un poder extraordinario, llamando a miles y miles de jóvenes a seguir a Jesucristo y a consagrarse al ministerio de la Iglesia.

        Qué cosa que si nosotros vamos al Seminario Mayor y vamos a nuestro Pre-Introductorio o Introductorio, tenemos personas ya de una cierta edad, no me refiero a ellos, no, tenemos unas personas ya de sus veinte y tantos años, treinta años, treinta y cinco años, personas profesionales, personas que podrían haber optado por cualquier otro camino en la vida, personas que tenían todas las posibilidades de éxito aquí en este mundo, gentes inteligentes, gentes con grandes títulos, gentes con grandes talentos, sobresalientes incluso en el campo de la política, en el campo de la vida social. Esas gentes lo están dejando todo por seguir a Jesucristo y por dedicar su vida entera al servicio del Ministerio. No me digan ustedes que esto no es un fenómeno extraordinario, no me digan ustedes que no estamos delante de un misterio, ¡el gran misterio de la vocación! Cuántos son los que hoy día optan por un seminario habiendo sido ya casados, son viudos. Como les digo cualquier tipo a través del mundo, cualquier tipo de profesionales y de todos los caminos de la sociedad dejan su modo de vida para abrazar la vida de seminario o para dedicar su vida a Dios y al servicio de la Iglesia.

        ¿Qué es lo que los atrae? ¿Qué sigue atrayendo a tanto joven a optar por esta vida? Cuando tiene cosas tan bonitas, pero tiene cosas tan difíciles; cuando es una vocación misteriosa que te pide renunciar al montón de cosas que son íntimas a su corazón. Es decir, renunciar en cierta forma a su familia, muchas veces te pide renunciar a su patria, muchas veces a su lengua y a su cultura y a su comida y otras cosas propias, nuestras. Te pide renunciar a una mujer, a través del celibato, te pide renunciar a un matrimonio y a tener sus propios hijos, te pide a renunciar en cierta forma a tener su propia fortuna para vivir de manera sencilla, pobre y humilde, sirviéndole a la Iglesia. Tiene que haber aquí algo especial, esto es un fenómeno, es un misterio, ¡es un misterio de la vocación!, ante el cual tenemos que inclinarnos, sorprendidos, admirados, agradecidos, no queda más.

        Las lecturas de hoy nos dan una idea de qué es lo que atrae a esta gente, qué es lo maravilloso y extraordinario de esta vocación. La primera lectura nos presenta al profeta Isaías, en aquel capítulo sesenta y uno que después va a retomar el Señor Jesucristo al comienzo de su vida pública. Vocación extraordinaria que solamente puede venir de Dios y que quiere llenar a algunos de su Espíritu, no por decir que va a negar su Espíritu a los demás, ¡No! Es que llena a ellos de su Espíritu para que a su vez ellos puedan ir y ser sus testigos hasta los confines de la tierra. Es que los llena de su Espíritu, para que ellos puedan llenar de su Espíritu a los demás. El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido, me ha consagrado, eso es lo que vamos a estar presenciando ahora aquí. Esta unción, esta consagración especial, del todo especial, que el Señor reserva para algunos simples seres humanos, ¿qué tenemos de especial nosotros por nosotros mismos?, ¡nada! ¿En qué se ha fijado el Señor para llamarnos de esta manera? Nada, no hay nada en nosotros que pueda merecer semejante llamamiento. Todo es obra suya porque quiere llenarnos de su Espíritu y quiere mandarnos a anunciar la Buena Noticia y la Buena Noticia es en primer lugar a los pobres, a los más necesitados, a los sufrientes, a los humillados, a los últimos de la tierra. Qué más vocación, qué vocación más extraordinaria. Tiene hasta un cierto parecido con la vocación de Madre Teresa, -cuya canonización presenciamos hace algunos días- dedicar su vida entera, claro en este caso es otra manera: a los excluidos, a los últimos, a los olvidados de la sociedad. Qué más vocación que anunciar la Buena Noticia, ¿a quién no le gustaría?, ¿a quién no le gustaría ser mensajero de buenas noticias, poder ir por el mundo dándole a todos la alegría de la salvación y anunciándoles el Poder de Dios que nos transforma? Sigue el texto de Isaías diciendo: yo te unjo, yo te consagro para que vayas a consolar a los tristes, para que vayas a sanar los corazones desgarrados, para que lleves la libertad a los prisioneros, yo te unjo para eso, para que lleves un poquito de esperanza y de alegría a quien no la tiene. Díganme ustedes hermanos, díganme ustedes jóvenes que se van a confirmar, díganme ustedes seminaristas, ustedes mismos sacerdotes, todos nosotros, díganme si ¿ésta no es una vocación extraordinaria. Muy importante este texto de Isaías, porque el Señor Jesucristo además de decir en el evangelio que ese texto se cumple hoy y en él, es muy importante porque este texto se va a cumplir ahora en estos hermanos nuestros que van a ser ordenados y este texto se va a cumplir, tarde o temprano, en todos nosotros que estamos igualmente llamados a seguir al Maestro y a ser ungidos y consagrados por él… ya lo fuimos en el Bautismo y quizá en algún otro sacramento.

        Hermanos y hermanas, hay una cosa muy bella en el evangelio de hoy, el evangelio del Buen Pastor. El Señor Jesucristo recordándole a aquellos que son pastores que él les está llamando a ser pastores, pero no cualquier tipo de pastor sino un pastor bueno como él y él quiere que lo sigamos para convertirnos a nosotros en pastores de su pueblo, para ponernos al frente de su pueblo y como dice el Papa Francisco, a veces para caminar delante, a veces para caminar en medio, a veces para caminar atrás, pero nos pone al frente de su pueblo para guiarle por los caminos del Señor, para guiarle por los caminos de la justicia y de la paz, qué vocación más extraordinaria: ¡Pastores del pueblo santo de Dios! Qué exigencia más grande se pone hoy sobre los hombros de estos muchachos, qué gracia más enorme se les concede para que puedan cumplir esa misión tan importante.

        Claro el Señor Jesucristo también nos asusta un poquito cuando nos dice, sean como el Buen Pastor, aquél que conoce a las ovejas y las ovejas le conocen a él, aquél que se mezcla con las ovejas hasta tener olor a oveja. Como dice el Papa Francisco a tener olor a oveja. Y ustedes saben y yo también doy testimonio de que las ovejas no huelen nada bonito. Alguien sabe, las ovejas si ustedes no lo sabían, las ovejas no huelen nada bonito, nada bonito. Por eso los pastores en el tiempo de Cristo, y hasta hoy, son figuras despreciadas porque olían mal. El Papa dice hay que empaparnos del olor de las ovejas, hay que conocerlas por su nombre, hay que serles cercanos para poder anunciarles al Señor y llevarlos por el camino de la salvación.

        Miren hermanos y hermanas, yo he estado pasando por las parroquias de nuestra Diócesis y ya llevo un buen número de ellas, casi veinte, y he podido constatar con mucha alegría que nuestros sacerdotes, nuestros párrocos, en general, están muy cerca del pueblo, varios de ellos se meten con ellos, comen con ellos, que saben su nombre, a veces hasta de cada uno de los parroquianos conocen su nombre, ¿cómo hacen? ¡Yo no sé!, pero eso es parte de lo que dice el Señor Jesucristo, parte de lo que dice el Señor Jesucristo. Y desde luego les recuerdo a Alejandro y a Jesús, por si acaso se les olvida lo que dice el Señor en el evangelio de hoy, queremos buenos pastores, no mercenarios, no asalariados que viven y trabajan por un salario, que viven y trabajan por una gloria humana, por una recompensa humana, ¡No!; se trabaja y se entrega la vida por la construcción del Reino sin importar las consecuencias.

        Por eso dice el Señor en el evangelio de hoy, yo soy el Buen Pastor, es decir, aquél que da la vida por sus ovejas, a eso estamos llamados, a dar cada minuto de nuestro tiempo, a entregarnos por completo sin reservas, si nos vamos a entregar a medias no sirve de nada, si vamos dispuestos a reclamar nuestros espacios de confort no va a servir ni ese sacerdocio, ni ese diaconado. Llama a una entrega total, que no tenga límites, incluso hasta el punto de dar la vida por las ovejas.

        Hermanos y hermanas, ya me estoy alargando, pero permítanme recordarles que hoy en día se está vendiendo muy barata la carne de los sacerdotes. Los sacerdotes están siendo asesinados por todo lado, montones de sacerdotes están muriendo ahora en México y están muriendo, uno recientemente en Brasil, y cualquier cantidad ha muerto en América Latina en los últimos 30 años. La carne de los sacerdotes está valiendo muy poco o si ustedes quieren está valiendo mucho a los ojos de algunos que quieren eliminarles. ¿Por qué querrán eliminarles? ¡Yo no sé!, pero hay muchos que tienen interés en acabar con los sacerdotes. A todo esto tenemos que estar dispuestos, nuestra vida le pertenece al Señor y a su pueblo y sólo una entrega total puede justificar el seguimiento de esta vocación tan particular.

        Por tanto, Alejandro y Jesús, les pido tomen muy en serio este día, recuérdenlo siempre, asuman este compromiso con toda seriedad, estén dispuestos a cualquier sacrificio, cualquier sacrificio es pequeño, para poder seguir al Señor y ser sus pastores ungidos, consagrados para el servicio de su pueblo. Que el Señor a todos nos ayude y nos dé esa fuerza y que todos nos comprometamos desde hoy a orar continuamente para que éste sea un gran sacerdote y éste un gran diácono para gloria de Dios y salvación de todos. Así sea.

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