Homilía Ordenación Presbiteral del Diác. Jesús Rafael Zúñiga

        Homilía pronunciada por: Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña.

        Hermanos, es un sacramento muy importante este del Orden, sacramento indispensable en la vida de la Iglesia, como sabemos tiene tres grados: el grado del episcopado, el grado del sacerdocio y el grado del diaconado. Es un sacramento que engendra la vida en la Iglesia por el poder del Espíritu Santo, es un sacramento del ministerio continuo-pastoral que necesita precisamente la Iglesia y que necesitamos todos. Necesitamos pastores, necesitamos guías, necesitamos quién nos marque el camino, quién nos dé una mano para hacer ese camino. El sacerdote, el ministro ordenado, es escogido por Dios de entre los hombres, pero para servir a las cosas que tienen que ver con Dios y a las cosas que tienen que ver con su Iglesia. De manera que es hoy un motivo muy grande de alegría para toda nuestra Diócesis, ciertamente, muy necesitada de sacerdotes. Tenemos una Diócesis grande con un buen número de parroquias y otras que serían necesarias, pero no podemos crearlas por la escases de los sacerdotes, entonces un nuevo sacerdote es desde luego una gran ayuda para todo el clero y por tanto, para todo el pueblo de Dios y es al mismo tiempo un motivo de alegría por el hecho de que el pueblo cuente con un nuevo ministro ordenado a su servicio.

        Nos ayudan a entender este gran misterio del sacerdocio, porque es un grandísimo misterio, las lecturas de hoy. La primera lectura, como oyeron, está tomada del libro de los Números, hay un momento en que Moisés se queja ante Dios y le dice: yo no puedo con este pueblo, es demasiado grande para mí, es demasiada la carga, yo no puedo llevarla solo y el Señor en su gran misericordia le dice: escoge, escoge unos cuantos ancianos para que te ayuden en el gobierno, en la guía de este pueblo. Moisés ya estaba a punto de la desesperación, le dijo al Señor: Señor, si me vas a tratar así, mejor quítame la vida, como dijo Santa Teresa cuando se cayó del caballo, dice Señor: si así tratas a tus amigos yo no sé qué serás con tus enemigos, ¿verdad? Señor, si me vas a tratar así quítame la vida. Yo no puedo seguir con todo este pueblo. Efectivamente eligen setenta ancianos y se nos recuerda la palabra presbítero, presbítero es el anciano, no por la edad sino por el papel que debe jugar acerca de su pueblo, aquél que como dice el mismo texto de los Números con toda sabiduría y con toda prudencia sea maestro del pueblo. Escogen setenta ancianos y Moisés no solamente les comparte su espíritu porque el Señor tomó, por decir así, del espíritu de Moisés y lo infundió en aquellos setenta ancianos, sino que también les compartió su responsabilidad. ¡Qué bonita imagen de lo que es la Iglesia! Podríamos decir que se parece a lo que tenemos hoy con respecto al obispo y a los sacerdotes. ¿Qué hace el obispo cuando ordena a un sacerdote, un anciano, un presbítero? Está como compartiendo aquél espíritu que el Señor le dio a él mismo, con lo cual está compartiendo su mismo sacerdocio y con lo cual está compartiendo también su misma responsabilidad, su tarea pastoral.

        Qué bonita imagen, puesto que la Iglesia es un pueblo organizado, la Iglesia es un pueblo en donde todos tenemos un puesto y todos tenemos una responsabilidad y una función. Ojalá que Jesús Rafael, ya desde hoy, tome en serio las palabras de Moisés, yo solo no puedo con este pueblo. De seguro que en algún momento él también va a llegar a experimentar que la carga es muy pesada, ojalá que no llegue al punto de Moisés de decirle que le quite la vida, ¿verdad?, eso todo lo esperamos, no que lleguemos a ese punto, ¡no!, pero seguramente que irá a experimentar que la carga es muy pesada, lo mismo experimenta el Papa, lo mismo experimenta el obispo, lo mismo experimenta el párroco, una carga pesada sobre sus hombros; pero ojalá que entendamos de ese texto, para que siempre lo tengamos en mente, yo no puedo solo; lo primero que tengo que hacer es invocar la misericordia del Señor, tengo que pedirle su auxilio, tengo que pedirle su Santo Espíritu. Si el sacerdote no está dispuesto a hacer eso, va a ser un fracaso total, porque se va a ver muy pronto que es incapaz, que no va a poder con la carga, esa carga solamente se puede llevar cuando nosotros pedimos al Señor su auxilio y solamente se puede llevar cuando pedimos el auxilio de los demás. El sacerdote tiene que aprender a compartir con los laicos su responsabilidad, tiene que aprender a buscar ayuda en sus hermanos sacerdotes, tiene que aprender a buscar ayuda en los ministerios laicales, es el pueblo de Dios el gran protagonista de la Iglesia y por tanto el presbítero debe tener un absoluto respeto para su pueblo; además está puesto allí por Dios para servir a ese pueblo, no para servirse de ese pueblo. Ojalá que Jesús Rafael, pues tome muy en cuenta esta primera lectura, puesto que supongo que él mismo la escogió, porque el Señor estará siempre con él, siempre y cuando él busque su ayuda y busque la ayuda de los demás.

        En cuanto al evangelio de hoy, tenemos ni más ni menos, que el evangelio del Buen Pastor y nos describe cómo debe ser un buen pastor, qué más que ahí está, ya lo acabamos de leer, lo acabamos de oír y lo hemos oído mil veces, ¿quién es? y ¿cómo es el Buen Pastor? No ordenamos a Jesús hoy para que sea un mal pastor. Nadie quiere ni nadie necesita malos pastores; desafortunadamente no han faltado en la historia de la Iglesia. Y no faltan aún hoy y no porque sean malos, ¡no!, nadie es malo. Es por pura debilidad humana, es por descuidarse de Dios, es por no ejercer correctamente su ministerio; el sacerdote puede terminar siendo un mal pastor, pero nadie necesita malos pastores y menos la Iglesia. Y ¿quién es el Buen Pastor?, lo dice allí el Señor clarísimamente, el Buen Pastor es aquél que conoce sus ovejas, quiere decir que está cerca de ellas, quiere decir que se interesa por ellas. Conoce sus ovejas, como el Padre lo conoce a él, a Jesús, y Jesús conoce al Padre, esto es mucho decir, no es un conocimiento así superficialito, no es un conocimiento así populista, y ¡no, no, no! No es un conocimiento de conveniencia y de sonrisas y nada más, ¡no, no!, es un conocimiento profundo. Lo contrario sería un conocimiento demagógico. La demagogia no hace más que usar al pueblo para su propia conveniencia. El sacerdote conoce profundamente a sus ovejas, porque se interesa por ellas, porque las busca, porque está con ellas y permite que se le pegue el olor a oveja. Como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre, así las ovejas me conocen y yo las conozco a ellas, no solamente conocer las ovejas, sino dejarse conocer por ellas. El sacerdote tiene que ser transparente, la gente tiene que poder conocerlo tal como es, no necesita revestirse de máscaras, no necesita hacer historias y bonita película para agradar a nadie. El sacerdote debe ser lo que es y como es, y lo que es delante de Dios, eso debe ser también delante del pueblo. Conocer a las ovejas y que ellas te conozcan a ti. Pero conocer con aquél conocer de Dios, que significa amar, quien conoce como conoce Dios, ama; porque lo que hay que hacer es aprender a amar a cada persona que el Señor nos confía; ¡tarea nada fácil!, a veces las parroquias son muy grandes, la gente es mucha, el sacerdote tal vez uno solo o dos, en fin, pero tiene la responsabilidad de conocer lo mejor posible y por tanto, de amar a cada una de sus ovejas.

        Dice hoy el capítulo diez de San Juan, el Buen Pastor es aquél que no trabaja como un asalariado, que no trabaja por un salario, por un sueldo, no importa que reciba sueldo, ya recibirá alguna remuneración. Pero que no trabaje por eso, que no se limite a unas horitas de trabajo, que no se limite a lo que manda la ley, el sacerdote debe estar dispuesto a dar más y a darlo todo y a estar enteramente dispuesto para servir a su pueblo.

        Y dice también el texto de San Juan, el Buen Pastor es aquél que da la vida por sus ovejas, nosotros bien podríamos decir, viviendo en un país como el nuestro ¿dar la vida?, ¿cómo voy yo a dar la vida?   En este país no se arriesga la vida por ser sacerdote, en otros países sí que se arriesga la vida, aquí en Costa Rica gracias a Dios todavía no. Pero Jesús Rafael tiene que recordar que en cada momento de su vida, estará dando la vida por su pueblo, en los momentos de soledad, en los momentos de tentación, en los momentos de confusión, en los momentos de cansancio y en los momentos de debilidad, él tiene que recordar que está dando la vida poquito a poco por su pueblo. Si no, no va a tener sentido su trabajo, si no va a ser un sacerdote que es como una máquina, si no va a ser un sacerdote que es pura rutina y pura superficialidad. Necesita asumir su vocación con verdadera pasión, con verdadero amor y saber cómo la madre de familia en su casa hasta altas horas de la noche tiene que estar trabajando por sus hijos, por su esposo, en fin, sino recuerda que cada una de esas cosas son: ¡dar la vida por los demás! El sacerdote tiene que ser el primero que dé el ejemplo de aquél gran mandamiento del amor, nadie tiene mayor amor que aquél que da la vida por sus hermanos.

        Y terminamos un poquito con la segunda lectura de hoy, un texto bellísimo, de San Pablo que, estando en Mileto llama a los presbíteros de Éfeso y les empieza a dar una serie de consejos, una serie de normas, en fin, consejos de padre y consejos de hermano. Una cosa muy linda, que seguro Jesús escogió estas lecturas, ¡nunca se olvide!, San Pablo dice en las primeras palabras de esa segunda lectura, cuida de ti mismo y cuida de las ovejas que te han sido confiadas, del rebaño que te ha sido confiado. Lo primero que le dice es cuida de ti mismo, tampoco te desgastes irracionalmente, tampoco quieras servir a los demás cuando no tienes siquiera con qué servirles. Cuida de ti mismo, de tu persona, de tu dignidad, de tu salud, de tu descanso, de tu vida espiritual, cuida de ti mismo. Es lo que yo le repito ahora a Jesús, como me lo repito a mí y a todos los sacerdotes que estamos aquí, cuida de ti mismo y del rebaño que ha sido puesto bajo tu responsabilidad. Y San Pablo dice una cosa que también nosotros tendríamos que recordar, yo he orado por ustedes, yo he derramado lágrimas por ustedes, yo he dedicado mi tiempo a pedirles, a rogarles y aconsejarles, eso es el sacerdote, el verdadero sacerdote tiene un corazón de padre y un corazón de hermano y un corazón de amigo, capaz de luchar, aconsejar y de llorar y de orar por el rebaño que le ha sido confiado. San Pablo también dice ¡cuidadito, cuidadito!, porque yo sé muy bien que cuando yo me vaya, aparecerán entre ustedes lobos rapaces, que van a hacer estragos y van a predicar doctrinas falsas y van a arrastrar a muchos detrás de sí. El sacerdote, el pastor, tiene que estar atento a la vida de sus ovejas, porque ellas estarán siempre en peligro, porque el enemigo estará siempre al acecho, porque buscará mil maneras de engañar al pueblo y de distraerlo de su propio camino. Y tenemos que tomar en cuenta que eso no siempre sucede de forma abierta y clara, ¡no, no!, casi siempre en silencio, casi siempre sutilmente es como trabaja el enemigo y cómo va metiendo doctrinas erróneas y cómo va metiendo actitudes equivocadas, a veces en el mismo sacerdote, porque San Pablo dice hoy, dentro de ustedes mismos surgirán algunos que traicionarán la causa, dentro de ustedes mismos

        Jesús Rafael, vela atentamente por aquellos que te van a ser confiados o que ya te han sido confiados. Tenemos que abrir los ojos y discernir en el Espíritu, porque muy sutilmente el enemigo va a ir queriendo destruir toda la obra buena que tú vas a querer hacer y empezando contigo mismo continuamente va a estar poniéndote obstáculos, invitándote a dejar el camino que comenzaste. Desafortunadamente ha habido países enteros que han perdido su fe, que se han desviado por culpa de los sacerdotes, países enteros que han perdido su fe por culpa en primer lugar de los mismos sacerdotes, que no supieron guiar a su pueblo, no supieron discernir cuándo estaba cerca el enemigo y cuándo estaba el enemigo ya haciendo estragos en su mismo pueblo. ¡Eso no puede pasar con nosotros!

        Pidamos a Dios que ilumine a Jesús Rafael, a nosotros todos miembros de este clero, para que podamos cumplir nuestra misión de buenos pastores y para que Jesús Rafael hoy haga un compromiso serio y por toda la vida, de ser como aquél que vino a salvarnos y que lo ha llamado a formar parte de sus presbíteros. Así sea.

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