Homilía Patronal Reina de los Ángeles

Homilía pronunciada por: Mons. Fray Gabriel Enrique Montero.

En el nombre del Señor Jesús llegue un saludo muy respetuoso al Señor Luis Guillermo Solís, Presidente de la república, a los demás ministros y autoridades civiles, tanto nacionales como locales; a los señores Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos y a todo el pueblo santo de Dios aquí presente, como también a todos los que nos siguen gracias a los varios medios de comunicación que hoy nos acompañan. ¡Que la paz del Señor esté con todos ustedes!

El pueblo católico de Costa Rica se viste hoy de gala para rendir homenaje a su Madre y Patrona, Nuestra Señora la Virgen de los Ángeles. Quienes la veneramos como Madre del Señor Jesucristo reconocemos la importante misión que ha cumplido y cumple hasta el día de hoy como protectora, abogada y vínculo de unidad entre todos los hijos de nuestra querida patria. Las varias manifestaciones religiosas que caracterizan en este país las celebraciones del dos de agosto son un claro reconocimiento del singular afecto que los católicos de esta nación profesan a su querida Negrita. La profunda devoción del pueblo católico a la Virgen de los Ángeles no es, como piensan algunos, fruto de invenciones fantasiosas, o de entusiasmos pasajeros y superficiales, sino que es la expresión cariñosa y agradecida de un pueblo que con Ella nació y creció y que, gracias a su solicitud maternal, mantiene hasta hoy día su identidad cristiana, democrática y soberana.

Las lecturas de la Palaba de Dios apenas proclamadas nos ayudan a entender mejor la razón por la cual la Virgen María goza de tan alta estima y devoción entre el pueblo católico. La primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, nos describe las grandezas de la sabiduría cantadas por ella misma. Según la sana interpretación bíblica, esta sabiduría se puede referir a Dios Padre, en cuanto origen y Señor de todo, refiere también al Verbo, que es la Palabra encarnada, e igualmente al Espíritu Santo, inspirador y dador de toda sabiduría. Tal es la grandeza de la Virgen María revelada en las Sagradas Escrituras, que la Iglesia no ha vacilado en aplicar a Ella un texto como el que nos ocupa. Oigamos con atención algunas de las expresiones allí contenidas: “…salí de la boca del Altísimo”, “…soy la primogénita de todas sus creaturas”, “…encendí en el  cielo una luz que no se apaga”, “…puse mi tienda en las alturas y mi trono sobre una columna de nubes”. Y el texto continúa: “En un pueblo glorioso eché raíces, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en una congregación llena de santos”. “Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud”. Con el hecho de aplicar a María frases tan elevadas y elogiosas la Iglesia no está tratando de divinizarla, sino simplemente de reconocer la íntima relación que existe entre el poder propio y exclusivo de Dios, y la obra maravillosa que Él quiso realizar en la madre de su Hijo, siendo ésta solo una creatura humana.

La segunda lectura nos presenta el único texto de San Pablo que alude a la mujer de la cual nació Jesús, el Mesías. El texto, aunque muy corto, es de capital importancia para nosotros los cristianos. En él San Pablo exalta a Jesús como aquel que, rescatándonos de la ley, nos hizo hijos de Dios y, como añade el mismo texto, “siendo hijos, también herederos…”. Hay que notar el contenido trinitario de este pasaje del Apóstol, ya que nos recuerda que fue el Padre quien envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, quien a su vez nos permite exclamar la palabra “Abbá”, es decir, Padre. En este texto está reconocida la participación esencial de una mujer en el plan salvífico de Dios, y esa mujer no es ni más ni menos que María. Ella, en efecto, está íntimamente asociada a la obra salvadora de su Hijo, en total fidelidad a la voluntad del Padre, a través de un seguimiento fidelísimo de su Hijo, y bajo la acción poderosa del Espíritu Santo. En otras palabras, la misión y dignidad de María no se limitan al hecho de haber dado a luz a Jesús, el Hijo de Dios, sino al hecho que Ella, como lo afirmaban ya los Padres de la Iglesia, concibió a ese Hijo primero en su corazón, es decir, por la fe, y después en su carne. Ella está con toda razón íntimamente asociada al misterio de la Santísima Trinidad y a la obra entera de la salvación realizada por las tres divinas personas.

El evangelio de hoy, un brevísimo texto tomado de San Juan, nos describe el sublime momento en que Jesús, a punto de expirar, decide declarar a su amado discípulo Juan como hijo de su propia madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Podríamos creer que este gesto de Jesús sea sólo un acto de compasión hacia su madre para no dejarla sola y desamparada,  por lo que la confía al Apóstol. Sin embargo, esto no explica por qué, en aquel mismo momento, también le dé una madre a Juan: “…ahí está tu madre”. Hay en estas dos frases del evangelio algo más que un gesto de simple prudencia o conveniencia humanas. Se trata del don de una maternidad y una filiación espirituales entre María y Juan que van más allá de los lazos de parentesco humano. Estamos ante el misterio de una mujer que, a partir de aquel momento, se convierte en madre de los discípulos de su Hijo, de aquellos que habiendo nacido a la vida del Espíritu, forman con Él un solo cuerpo, dentro del cual María es el miembro primero y más privilegiado. La Virgen María es con toda razón reconocida como Madre de la Iglesia.

La línea de pensamiento que encontramos en las lecturas de hoy, sobre todo en el evangelio, nos lleva a reconocer que Costa Rica, cuyos ciudadanos en su gran mayoría se declaran cristianos, es entonces verdaderamente hija de María y Ella su verdadera Madre. Con el hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles Dios ha querido ponernos bajo su maternal protección y cuidado. Como sucediera un día con el discípulo amado, Ella ha querido hospedarse en nuestra casa. ¡Hermanos y hermanas, ¡qué gran regalo, pero también qué gran responsabilidad!  

Aunque parezca innecesario y hasta irrespetuoso, nos vamos a atrever a hacer la siguiente pregunta: ¿cómo ha cumplido María su rol de Madre del pueblo costarricense? La respuesta es definitivamente afirmativa. Sin embargo, preguntémonos también: ¿cómo ha cumplido de manera concreta su misión nuestra querida Madre? Basta pensar en hechos como los que en seguida enumeramos. La Virgen de los Ángeles ha manifestado su cuidado materno hacia nuestro pueblo en los momentos decisivos de nuestra historia: en el logro pacífico de su independencia, en el triunfo de nuestra soberanía con ocasión de la crisis filibustera, en el hecho de que las confrontaciones bélicas de nuestros mismos ciudadanos no fueran sino brotes pasajeros de violencia armada, y no guerras duraderas y devastadoras. ¿Cómo no atribuir a la especial intercesión y a la protección materna de María de los Ángeles la benignidad con que hemos sido tratados por ciertas calamidades naturales? ¿Cómo no ver una relación entre hechos como los siguientes y la acción materna de la Negrita: la sencillez y afabilidad de un pueblo al que la naturaleza le sonríe, la sensibilidad particular de nuestra gente por el trato respetuoso de las personas y por la convivencia pacífica con los demás pueblos, la vocación pacífica reflejada en la abolición del ejército y en una tradición largamente democrática, el respeto por la madre naturaleza y el compromiso en favor de la justicia, el derecho y la sacralidad de la vida? ¿Cómo no ver en todo ello la presencia y acción de  una mano delicadamente femenina? Además, ¿no deberíamos reconocer la presencia inspiradora de María de los Ángeles también en los tantos milagros con que ha favorecido a nuestro pueblo, sobre todo a aquellos que tienen que ver con verdaderas conversiones y el comienzo de una vida nueva? ¿A quién atribuir la bendición que ha recibido y recibe nuestra patria con el testimonio de tantos ciudadanos honestos y valientes que engalanan nuestra historia? ¿Y el influjo benéfico de los grandes próceres de la patria, así como la guía lúcida de no pocos líderes insignes que nos llenan de sano orgullo? A decir verdad, los ciudadanos de este país aún en medio de no pocas dificultades, experimentan el cariño de una madre que les hace sentir seguros de vivir donde viven y alegres de ser quienes son. Sería muy larga la lista si quisiéramos enumerar todos los lazos de conexión que existen entre Ella y nosotros y que, al modo de un cordón umbilical, revelan la relación que hay entre las bondades de este pueblo y esa pequeñita imagen de la Negrita.

Cabe ahora hacernos la otra pregunta: ¿cómo habrá cumplido el pueblo costarricense su responsabilidad de hijo de la Virgen María? Aquí las cosas no parecen igualmente claras y afirmativas. Es nuestro modesto parecer que una buena parte del pueblo costarricense no está respondiendo a su vocación histórica de matriz eminentemente cristiana y que, por lo tanto, no está honrando su condición de hijo de la Virgen de los Ángeles.  Mientras en nuestro suelo hay todavía un “resto de Israel” que se mantiene firme en sus convicciones religiosas, se esfuerza por vivir a diario los valores de evangelio, e integra matrimonios verdaderamente ejemplares; al mismo tiempo hay una parte significativa de costarricenses que en su momento decidió abandonar los caminos que nos marcó el Hijo santísimo de María, y decidió transitar por otras vías, escuchar otras voces, adoptar otras formas de pensar y de vivir. De hecho hay en este país muchos que viven un ateísmo práctico donde ya no se celebra la fe, no se participa de los sacramentos, e incluso donde se incentiva la desobediencia a la autoridad religiosa, y se aceptan como normales ciertas doctrinas y prácticas de religiosidad que distan mucho del querer de aquel que se encarnó en el vientre purísimo de María. Algunos importantes medios de comunicación en este país se limitan a decir al respecto que Costa Rica está cambiando, que ahora es pluralista y multicultural.

Es preocupante el deterioro moral de un pueblo que, en buena parte, aún se dice devoto ferviente de la Virgen de los Ángeles. La desintegración de nuestros matrimonios sigue creciendo y se debe a causas múltiples. Han contribuido a ella la difusión de la pornografía, obtenida ahora de forma gratuita y fácil en todos los ambientes y a través de todas las nuevas tecnologías; esto ha hecho crecer el desenfreno sexual que va siempre en busca del mayor placer sin importarle las consecuencias. Es víctima de ese desenfreno sexual aún nuestra niñez, pues vemos crecer siempre el número de madres adolescentes y el número de niños y niñas envueltos en el fácil comercio del cuerpo. Nuestros matrimonios se desintegran debido también al abandono de unos principios y valores que por siglos habían alimentado la vida matrimonial: la práctica religiosa, la indisolubilidad, la fidelidad, igualdad de derechos y obligaciones, la autoridad indiscutida de los padres, el diálogo como medio para la solución pacífica y digna de los problemas; la oración regular en familia, y la solidaridad para con todos.

Lejos estamos de pensar que los matrimonios de antes fueran todos buenos, mientras los de hoy todos malos. Unos y otros han existido siempre. Lo que más preocupa al respecto es que en el pasado matrimonios no muy felices lograban mantenerse, gracias a los principios y valores antes mencionados y gracias al mucho sacrificio y no poco aguante; hoy, en cambio, se ha difundido una peligrosa ola de egoísmo que cree más en la solución rápida y fácil de los problemas, que en el valor de la paciencia y del sufrir por amor,  un amor oblativo como el de Jesús. No se trata de justificar agresiones y humillaciones en el seno de la familia, sino de aprender a confiar y esperar que un cambio del corazón pueda traer consigo la paz y el bien integral para todos. ¿Cuándo quedarán desterrados de nuestras familias la violencia, el irrespeto, las agresiones físicas o psicológicas y la intolerancia? En el matrimonio cristiano los cónyuges estar llamados a dar la vida el uno por el otro.        

Son dignos de reconocimiento los esfuerzos significativos de algunos de nuestros anteriores y actuales gobernantes en favor de una mayor justicia en la distribución de los bienes, por ejemplo, con el recorte de las pensiones de lujo, con la lucha en contra de la corrupción, y con la insistencia sobre la necesidad de una reforma fiscal que acabe, entre otras cosas, con la vergonzosa evasión fiscal de parte, sobre todo, de los más poderosos. Sin embargo el  pueblo reconoce también que sigue creciendo la brecha  entre ricos y pobres, aumenta la inseguridad ciudadana, se multiplica sin medida el poder de aquellos que se enriquecen por medio del cultivo, la distribución y el comercio de las drogas; éstas, como furioso cáncer, continúan carcomiendo las fibras y los órganos más sensibles de nuestro pueblo. Al lado de esfuerzos laudables de nuestros gobernantes por elevar la consciencia del pueblo con respecto a la dignidad de la persona humana y su igualdad en derechos y deberes, se promueven al mismo tiempo proyectos de ley y prácticas abortivas contrarias a la vida humana que buscan más bien favorecer a ciertos intereses económicos, tanto nacionales como extranjeros. Continúan desde varios frentes los ataques contra el matrimonio y la familia: la promoción de una “educación” sexual basada en una concepción mecánica y hedonista de la sexualidad, y la proposición de nuevos modelos de unión entre parejas presentados como iguales o hasta mejores que la institución tradicional del matrimonio cristiano, como alternativas igualmente válidas para la maduración y felicidad de las mismas parejas.

Los esfuerzos evangelizadores de muchos cristianos se han visto a menudo obstaculizados por la escandalosa división que existe entre los mismos cristianos, y eso no es ciertamente el mejor testimonio que podamos ofrecer cuando se trata de predicar, en nombre de un mismo Cristo, un reino de unidad y de fraternidad. Un cristianismo en buena parte mal entendido ha hecho que las iglesias cristianas de las varias denominaciones vivamos en la competencia y en la rivalidad. Es hora de que los cristianos en este país demos pasos decididos hacia un sano ecumenismo que nos acerque afectiva y efectivamente como hermanos que somos en Cristo. Para ello será necesario que unos y otros estemos dispuestos a reconocer las cosas buenas y menos buenas que tenemos. Los católicos debemos renunciar, por ejemplo, a ciertos complejos de superioridad que por siglos hemos ostentado delante de otros cristianos, lo mismo que a pretensiones de poseer el monopolio de la verdad, que no es lo mismo que sabernos inmerecidamente depositarios de la plenitud de la revelación. Esto no debe impedirnos reconocer lo mucho de verdad y de bondad que hay en otras denominaciones. Será igualmente necesario que los católicos valoremos todo lo positivo que ha traído consigo la reforma Protestante a lo largo de sus 500 años de existencia, y sus innegables contribuciones a la cultura y a la paz del mundo, sin ocultar lo mucho que ha contribuido también a la renovación de la misma Iglesia católica. Los miembros de las otras Iglesias o denominaciones cristianas deberán, a su vez, dar un paso firme hacia un acercamiento afectivo y efectivo al mundo católico, renunciando a muchas actitudes de agresividad y hasta de condena.

Doctrinalmente la Eucaristía y la Virgen María han sido temas polémicos en nuestra relación, pero necesitamos seguir dialogando y orando para que en puntos tan esenciales de nuestra fe nos descubramos en comunión profunda. Los problemas que afectan a nuestra patria y su justa solución exigen que estemos unidos en un mismo ideal de vida y de acción. Son más, sin duda, los elementos que nos unen que aquellos que nos separan. Cuánta fuerza podría tener en este país un cristianismo verdaderamente unido en la lucha por los valores del Evangelio y por la instauración en nuestra tierra del Reino de la verdad, la justicia, la paz y el amor.

Es papel fundamental de María el llevarnos hacia su Hijo e interceder ante Él para que le seamos fieles. Si muchos costarricenses nos estamos alejando del camino que nos marcó Jesucristo,  esto no significa que nos esté faltando la protección de la Virgen María, pues Ella es siempre fiel; quienes fallan somos nosotros pues en muchos casos ya no queremos verla como camino seguro para llegar a su Hijo. María, al igual que Jesús, respeta nuestra libertad y quiere que aprendamos la lección aún al precio de nuestros errores. Ella sigue siendo fiel a su pueblo, pero nos pide un cambio radical del corazón. Parece, en efecto, decirnos: “Mientras buena parte de los costarricenses persista en el abandono de los caminos de mi Hijo, sufrirán éstos y otros males para su propia infelicidad”.

Costa Rica sigue marchando hacia adelante gracias a una Madre que no nos abandona, y gracias también a todos aquellos y aquellas que se mantienen fieles en la observancia de la ley del amor que Jesús nos enseñó. El pueblo de Costa Rica necesita unirse en torno a un ideal de vida que le sea común, y lo más cercano a su corazón y a su historia es el proyecto cristiano de vida. La Virgen María es quien mejor puede conducirnos a la unidad de sentimientos y voluntades que tanto necesitan nuestro país y nuestras iglesias. ¡Que el Hijo de María Santísima nos bendiga y la intercesión de la Negrita de los Ángeles nos acompañe siempre!

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