Homilía pronunciada por: Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña.
Hermanos y hermanas, ya hemos tenido varias horas, un par de horas o tres de esta celebración y no creo que sea del caso retenerlos más aquí, sentados más tiempo, poco cansaditos tal vez de la caminada, no sé. Tal vez un poco cansaditos del sol o del calor que pueda hacer y además yo me imagino que ya hace hambre, lo digo por mí mismo, que ya hace hambre, es decir, todos también quisiéramos cuanto antes comernos algo. En todo caso hermanos y hermanas, no podemos dejar pasar esta ocasión sin mirar esas lecturas de la Palabra de Dios que nos han sido dirigidas. Ver de qué manera se puedan aplicar al matrimonio, concretamente al matrimonio cristiano y de qué manera se puedan aplicar a los problemas que está viviendo el matrimonio cristiano hoy día en este país, por no hablar de otros países.
En la primera lectura tenemos aquel asunto del profeta Isaías, de Dios que le dice a su pueblo, a un pueblo que ha regresado de la cautividad de Babilonia y que ha vuelto a su propia tierra. Un Dios que esperaba que aquel pueblo le iba a ser fiel y resulta que aquel pueblo no le es fiel. Después del castigo de Babilonia, después del regreso a su propia tierra, aquel pueblo seguía siendo rebelde, seguía siendo infiel a la alianza. El Señor le dice una palabra que no es muy consoladora, ni para ustedes ni para mí, ¿no quieren ser mi pueblo?, ¿no quieren comportarse como lo prometieron?, ¿no quieren cumplir con mi alianza? ¡Muy bien! Ningún problema. Yo me voy a hacer otro pueblo, yo le voy a buscar dentro de las naciones, dentro de los gentiles, me voy a hacer mi propio pueblo, de entre ellos voy a sacar sacerdotes y levitas y mensajeros que vayan a llevar mi palabra hasta los confines de las islas. Eso dice el Señor en la primera lectura de hoy. ¿Tendrá algo que decirnos a nosotros?, ¡yo creo que sí!, que tiene mucho que decirnos.
El problema principal de nuestros matrimonios y esperamos en Dios que no sea el caso de los que están hoy aquí, puesto que supongo que este redondel está lleno de matrimonios verdaderamente cristianos, pero el caso de tantos miles, y miles y miles de matrimonios que en Costa Rica han fracasado y siguen fracasando, no se puede achacar a ninguna otra cosa sino, en primer lugar, a nuestra infidelidad para con Dios. Los esposos que empezaron a hacerse infieles, los esposos que luego por esas infidelidades pequeñas o grandes llegaron un día a separarse y llegaron un día a divorciarse, realmente esas infidelidades se empezaron con las pequeñas infidelidades para con Dios. Un abandono de Dios, una falta de Dios, sin duda que es la causa principal de los problemas de los matrimonios.
Qué importante que nosotros saquemos como consecuencia, entonces, entre más nos acerquemos a Dios, entre más lo busquemos, entre más oremos juntos, entre más nos acerquemos al Señor Jesucristo y a su evangelio, entre más participemos juntos en la Iglesia, entre más compartamos nuestra fe y compartamos la oración en familia, ahí está el antídoto maravilloso para los fracasos matrimoniales. Un matrimonio que esté profundamente unido a Dios, no puede sino estar profundamente unidos entre ellos. Hermanos y hermanas cuidémonos por tanto de aquellas pequeñas infidelidades pero repetidas, una y una y otra vez, que llevan después a las grandes infidelidades en el matrimonio. Aquí no estamos haciendo un juicio, de quien tuvo que separarse por razones graves, ni estamos haciendo un juicio de quien tuvo que divorciarse por razones graves, seguramente no por razones personales, no estamos juzgando a nadie, ni condenando a nadie, Nosotros lo queremos es hacer salvar a las familias de Costa Rica, hacer que las que se comprometen a vivir el matrimonio cristiano lo vivan como Dios lo quiere.
¡Qué hermoso, qué hermoso!. Yo no sé si ustedes disfrutarán tanto como nosotros sacerdotes, de ver a una pareja llegar juntos del brazo, de la mano, llegar a la Iglesia, ver una pareja de esposos de cualquier edad que sea, llegar de la mano, o llegar del brazo a recibir la Sagrada Comunión. ¡Qué cosa más extraordinaria!, ver una pareja asistir juntos a la Iglesia y juntos sentarse delante del Santísimo y hacer una oración en familia. ¡Qué maravilla extraordinaria! que tendrían que publicar los periódicos y tendrían que publicar las radios y las televisiones, ¡qué va a ser el concurso de Miss Costa Rica!, ¡qué va a ser el concurso de Miss Universo!, eso son poco menos que vagabunderías y poco menos que pérdidas de tiempo y a eso sí le dedican tiempo los medios de comunicación social.
Qué importante que hiciéramos resaltar todo aquello bello que se encuentra en nuestros matrimonios. Por eso es importante esto que estamos haciendo hoy aquí, porque aunque seamos un número, no pequeño ciertamente pero, reducido comparado al mundo entero. Sin embargo recordemos que estamos unidos a un redondel como éste o estadio, lo que sea, en Buenos Aires, en Río Claro, o en Pérez Zeledón o en la Zona de los Santos están reunidos, también allí miles y miles y miles de matrimonios que estamos dando matrimonio de que Dios es el principal, de que Dios es lo primero y de que amarlo a él con todo el corazón y con toda el alma y con toda las fuerzas, no solamente es el primero de los mandamientos y el más importante sino, que es la tabla de salvación de cualquier matrimonio poner a Dios en su lugar, tenerlo en su casa, invocar su nombre, reunirse a leer y a compartir la Sagrada Escritura, participar juntos en la Iglesia, en fin, compartirlo todo y verlos acercarse con sus hijos, ver familias enteras, profundamente unidas, eso solamente lo puede hacer Dios. Pero recordemos con lástima, con mucha compasión y misericordia a aquellos tantos matrimonios en Costa Rica que por haber olvidado a Dios y descuidado su fe, hoy día han fracasado y siguen fracasando.
El Evangelio de hoy queridos hermanos y hermanas, nos trae otra enseñanza para nosotros los matrimonios. El Señor va a decirnos allí en ese evangelio, que alguien le pregunta, ¿serán pocos los que se salvan? Y el Señor no le responde directamente, pero le responde muy claramente de forma indirecta, son muchos los que entran por la puerta ancha, que es la puerta que lleva a la perdición, pero son pocos desafortunadamente los que entran por la puerta angosta y esos son los que van a la vida y esos son los que se salvan, si quería responderle a aquél que le preguntaba, que si eran pocos o muchos los que se salvaban. ¿Cuál es la salvación del matrimonio? Entrar por la puerta que es Jesucristo, como lo hicimos hoy. Pasar por esa puerta es motivo de gracias y bendiciones continuas y si se hace en familia tanto más. Hoy yo tuve la dicha, la alegría, estaba yo feliz de la vida de estarle echando agua bendita, que tal vez, ni se necesitaba, a un montón de familias que venían juntitos, unidos y también contentos y felices. Qué bonito poder rociar de agua bendita a gente que ya están benditos por su mismo matrimonio, a gente que ya están bendiciendo su matrimonio por su misma santidad.
¿Qué ha pasado en Costa Rica?, ¿Qué está pasando hermanos?, sino que estamos entrando por la puerta ancha, estamos queriendo hacernos la manga ancha, estamos queriendo que todo pase, que todo sea bueno, estamos queriendo nosotros decir qué es bueno, o qué es malo, lo mismo que hicieron Adán y Eva en el Paraíso Terrenal. Estamos entrando por la puerta ancha, no queremos el sacrificio, no queremos ningún dolor, queremos matrimonios que satisfagan nada más nuestro propio egoísmo personal, eso no puede ser, eso está llevando este país a la perdición, si nosotros no hacemos algo para levantarlo. Entrar por la puerta angosta y dice el Señor en el evangelio tengan cuidado porque algún día el Señor cerrará la puerta y serán muchos los que tocarán diciéndole ¡ábrenos, Señor ábrenos!, y ya en ese último momento de la historia el Señor les dirá ¡váyanse de aquí no los conozco!. Ustedes me desconocieron durante su vida, ahora yo tampoco los reconozco delante de mi Padre. ¡Señor que no!, que fuimos de los tuyos, que fuimos católicos, que fuimos sacerdotes, religiosas, fuimos obispos. ¡Señor ábrenos la puerta! y el Señor dirá claramente ¡aléjense de mí obradores del mal yo no les conozco!, Hermanos y hermanas estoy seguro que no es el caso de ustedes, pero miren qué triste será que un matrimonio llegue un día delante de Dios y el Señor tenga que cerrarles la puerta porque tenga que decirles aléjense de mí, ustedes hicieron el mal durante su matrimonio, ahora no pueden esperar que yo les abra la puerta de la vida eterna. No les estoy condenando, ustedes mismos se escogieron su eterno destino.
Y termino con la segunda lectura tomada de la carta a los hebreos donde el Señor nos recuerda una cosa muy importante que es de suprema importancia para los matrimonios también. El Señor nos dice hay que aprender a aceptar la corrección, hay que aprender a aceptar la corrección que nos viene del Señor porque él es nuestro Padre. Nos castiga, nos mueve las ramas de vez en cuando, nos quiere despertar del letargo, no quiere que nos durmamos en los laureles y por tanto de vez en cuando nos castiga, qué importante hermanos y hermanas, que nosotros aceptemos el castigo de Dios. No es castigo en realidad, es una corrección, es para que nos corrijamos a tiempo, hay matrimonios que viven dormidos y cuando se despiertan ya es demasiado tarde. El Señor no quiere eso, quiere que nos despertemos a tiempo, cuando todavía se puede salvar un matrimonio.
El Señor está diciendo claramente, yo, de vez en cuando permito ciertas cositas en su vida, yo de vez en cuando les voy a mandar o a permitir algún sufrimiento en su matrimonio. ¡Claro que sí!, no porque quiere vernos sufrir, es porque quiere llamarnos la atención y quiere despertarnos y quiere corregirnos. Pero qué importante hermanos también es que aceptemos la corrección el uno del otro, en un matrimonio, qué importante es la corrección fraterna, si no aceptamos la corrección que viene de Dios y no la llevamos unidos como matrimonio , cómo podemos aceptar la corrección que me hace mi esposa, o la corrección que me hace mi esposo y cuántos de nosotros somos tan orgullosos que no aceptamos que nadie nos corrija, nosotros creemos tener siempre la razón y ¡ay de la esposa que quiera corregir a su esposo! o ¡ay del esposo que quiera corregir a su esposa, porque salta nuestro orgullo, salta nuestra soberbia y no queremos aceptar la corrección fraterna. Pues por esa falta de corrección fraterna se echan a perder muchos matrimonios y qué importante es aprender a aceptar la corrección que nos viene del otro, como si nos viniera del mismo Dios para que aprendan a aceptar la corrección también nuestros hijos. Hoy día hay muchos padres que se quejan que sus hijos no quieren obedecer, que sus hijos no quieren aceptar una corrección, que sus hijos con nueve años, con diez años, once, doce años ya piensan que lo saben todo, ya piensan que pueden hacer lo que les da la gana y no aceptan una corrección de parte de sus papás. Pero qué importante que nos fijemos que a veces los hijos no saben obedecer porque tampoco nosotros sabemos obedecernos los unos a los otros. Porque los hijos no quieren aceptar corrección, ¿no será que tú padre de familia o tú madre de familia, tampoco acepta la corrección de tu esposo, de tu esposa y después te vas a quejar de que tu hijo no quiere obedecer o de que tu hijo no quiere, tu hija no quiere aceptar la corrección si tú nunca las ha aceptado en tu vida .Pongámonos a pensar en eso hermanos. Aceptemos el mensaje del Señor.
Vayámonos de aquí con una nota de profunda alegría, una nota de profunda esperanza. Yo me estaba diciendo ahorita cuando estaba viendo esa multitud que venía caminando para acá y me ponía a pensar también en las otras multitudes que estarán caminando en el resto de la diócesis y me ponía a pensar en las otras multitudes de matrimonios que existen también en el país que quieren vivir cristianamente, yo me dije, tal vez por primera vez en dos años y medio, yo me dije, dos años y medio que soy obispo, casi tres, yo me dije, ¡Por primera vez Costa Rica tiene salvación!, Costa Rica tiene esperanza, mientras haya buenos matrimonios, mientras haya personas santas que glorifiquen el nombre de Dios con su propia vida, habrá una gran esperanza para este país y yo debo confesarlo, muchas veces desde que yo regresé del extranjero y dos años y medio, dos casi tres que llevo de obispo, muchas veces yo he pensado este país no tiene esperanza, pero yo estoy seguro que sí la tiene.
Pidamos al Señor que entonces, hoy y siempre, nos bendiga y que los que hoy están presentes se mantengan siempre unidos y sean ejemplo para que muchos otros, puedan ver la belleza y la grandeza del matrimonio cristiano y quieran seguirlo como Dios lo quiere. Así sea.