Desde este sábado 22 de enero, Centroamérica cuenta con cuatro nuevos beatos, cuya beatificación se llevó a cabo en la Eucaristía celebrada en San Salvador, por el Cardenal Gregorio Rosa Chávez. El sacerdote Rutilio Grande, el fraile Cosme Spessotto, los laicos Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus son propuestos como ejemplo de vida cristiana para el Pueblo Santo de Dios.
El nuevo beato Pbro. Rutilio Grande, nació el 5 de julio de 1928 en el municipio de Paisnal en El Salvador, ordenado sacerdote jesuita el 30 de julio de 1959, fue asesinado en Los Mangos el 12 de marzo de 1977; el beato Fray Cosme Spessotto, nació el 28 de enero de 1923 en Italia, fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1950, enamorado eucarístico y devoto del santo rosario, fue asesinado el 14 de junio de 1980 mientras rezaba frente al altar; el beato Manuel Solórzano, esposo y padre de diez hijos, gozaba de buena fama y vida ejemplar, motivado por el testimonio pastoral del Padre Rutilio fue atraído a la vida parroquial, fue asesinado junto a su amigo sacerdote Rutilio; y el beato Nelson Rutilio Lemus, nació el 10 de noviembre de 1960, al momento de ser asesinado junto al Padre Rutilio, era estudiante de séptimo grado.
Durante la homilía de la misa de beatificación, el Cardenal Rosa Chávez señalo: “la imagen del Divino Salvador del Mundo que corona este monumento, acoge hoy un simbólico rancho de paja, la humilde vivienda de nuestros campesinos, y nos invita a sentirnos una sola familia que retoma fuerzas para seguir caminando. Como los desterrados que vuelven a su casa, el pueblo salvadoreño ve en los mártires que hoy han sido inscritos en el libro de los beatos, una imagen de su propia historia, marcada por alegrías y esperanzas, por tristezas y angustias. En este caminar ha sentido a su lado al Señor tanto en los momentos duros como en los de gozo… Hoy es un día glorioso porque estamos recogiendo la cosecha”.
Seguidamente el querido cardenal salvadoreño respondió a la pregunta: “¿Por qué estamos aquí? La respuesta es muy variada. Llenamos esta plaza y sus alrededores quienes hemos vivido esta experiencia intensamente, los que han experimentado en carne propia el drama de la violencia institucionalizada, de la violencia del conflicto armado y la violencia de todos los días. Los que hemos visto caer sin vida a personas muy amadas que no tenían nada que ver con el conflicto: son las víctimas civiles y los que “han escapado como un pájaro de la trampa del cazador”. Están también los jóvenes que nos han acogido con amor y entusiasmo como voluntarios. Y fuera de este escenario grandioso, a lo largo y ancho del país y del mundo, tantos hermanos y hermanas a los que saludamos con emoción desde el único país del mundo que lleva el nombre de Jesucristo”.
Con la lectura proclamada del Apocalipsis, el Cardenal Rosa Chávez, dijo: “la guerra fratricida en que con su martirio lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la sangre del Cordero, puede ser descrita como una gran tribulación para nuestra querida patria. ¿Cómo olvidar lo que este drama horrible trajo consigo?: odio, venganza, dolor, destrucción, terror, muerte, calumnias, estigmatización son componentes perversos de la gran tribulación que compartieron con el pueblo indefenso. Como los mártires del Apocalipsis, su sangre derramada, con la que sellaron el testimonio supremo de su fe, se mezcló con la de todas las víctimas inocentes cuyos nombres ni siquiera son conocidos. Pero Dios sí conoce su testimonio. Esta sangre derramada, unida a la de Cristo es fuente de esperanza para nuestro pueblo. En primer lugar, porque en la persona de los mártires Dios ha reivindicado a todas las víctimas inocentes. Rutilio, Manuel, Nelson y Cosme, dan nombre a todas las víctimas inocentes ofrecidas en el sacrílego altar de los ídolos del poder, del placer y del dinero. La sangre derramada por nuestros mártires, asociada a la del sacrificio de Cristo en la cruz, es germen de reconciliación y de paz”.
El purpurado salvadoreño, hizo un fuerte llamado a no olvidar el testimonio de los beatos, “somos una Iglesia martirial, pero estamos bastante pasivos: no tenemos plena conciencia del tesoro que llevamos en vasijas de barro… Pido al Señor que esta celebración nos despierte y nos ponga en camino. La memoria nos llevará a la fidelidad, es decir, al camino de la santidad. Pero memoria y fidelidad sólo son posibles con la oración”.
Y empezando por el nuevo beato, Padre Rutilio Grande, precisó: “Él fue quien encabezó la lista de nuestros mártires. Le siguieron veinte sacerdotes, tres religiosas y una misionera estadounidenses y cientos de mártires anónimos. El más ilustre de los pastores es por supuesto Monseñor Romero, pero no podemos dejar de mencionar a otro obispo, Monseñor Roberto Joaquín Ramos, asesinado en junio de 1993. La presencia de dos laicos -Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus- son como una ventana para asomarse a esa realidad de una multitud inmensa que nadie podía contar”, como lo señalaba el texto del Apocalipsis.
Refiriéndose al beato, sacerdote y fraile Cosme, el Cardenal Rosa, agregó: “el título de mártir de la reconciliación y de la paz, destaca bien su perfil de fiel seguidor de Jesús. En el fragor de la guerra, no rehuyó el peligro ni dejó de defender a su rebaño ante las autoridades militares y los grupos insurgentes. Y a muchos jóvenes que encontró en el campo de batalla les recordó que él les había bautizado y les exhortó a dejar el camino de la violencia. Igual que Rutilio, su palabra no fue escuchada, pero quedó claro que nunca la violencia será el camino para alcanzar la paz”.
Fiel a su estilo, el Cardenal Rosa no podía dejar de mencionar las enseñanzas del hoy santo, San Óscar Arnulfo Romero, razón por la cual citó la homilía de la misa exequial del Padre Rutilio Grande, pronunciada por San Romero: “el amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo… Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos, no una inspiración revolucionaria, sino una inspiración de amor”.
En aquella homilía pronunciada por San Romero, también hubo una palabra hacia quienes son responsables de las muertes de estos beatos: “queremos decirles, hermanos criminales, que los amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento para sus corazones, porque la Iglesia no es capaz de odiar, no tiene enemigos. Solamente son enemigos, los que se le quieren declarar; pero ella los ama y muere como Cristo: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen».