En la tarde de este domingo 2 de septiembre, el pueblo de Dios colmó la Catedral de San Isidro para darle el último adiós al querido Padre Julio Rodríguez Ulloa, quien por más de 57 años sirvió a la Iglesia Particular en distintos cargos diocesanos y parroquiales. Familiares, fieles laicos, el presbiterio de San Isidro y los Obispos eméritos Mons. Guillermo Loría y Mons. Hugo Barrantes se unieron en la plegaria que presidió Mons. Montero al ser las cuatro de la tarde.
El padre Julio nació el 28 de noviembre de 1934 en Capellades Cartago, fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1960 por la imposición de manos de monseñor Delfín Quesada Castro, convirtiéndose así en el primer sacerdote ordenado en nuestra Diócesis de San Isidro.
En su ministerio sacerdotal desempeñó delicados servicios como el pastorear simultáneamente las gigantes parroquias de Rivas y Buenos Aires desde 1961 y hasta 1964, de ahí fue trasladado como párroco a San Marcos de Tarrazú donde sirvió hasta 1976, fecha en que asume el pastoreo de la Catedral hasta 1992, para el año 2006 sería nombrado párroco en General Viejo; sin embargo, estos no fueron sus únicos servicios, sino que fungió por largos años como asesor de la Legión de María, de los Delegados de la Palabra, de la Pastoral Familiar y fue Vicario de Pastoral de la Diócesis; lo anterior sin contar el esmero con que atendió el Hospital Escalante y la administración del Sacramento de la Reconciliación.
Durante la homilía, Mons. Montero señaló: «la realidad de la muerte es un enorme misterio es una realidad grande y rica que supera nuestra limitada capacidad humana, realidad que celebramos en la tierra pero que ya está en los umbrales de la eternidad».
Ante la muerte, a quien llamó «hermana», siguiendo a su padre fundador, continuó el obispo, «tenemos que mostrar gran respeto y reverencia porque se manifiesta una misteriosa voluntad de Dios para nosotros; por eso, los sentimientos encontrados, por un lado dolor de perder un ser querido, dolor de la ruptura radical, pero también la gran dosis de esperanza pues se abre para él y para nosotros un nuevo horizonte, porque ya la vida está totalmente en las manos de Dios».
Monseñor Montero, hizo un llamado a pensar más que en nosotros, en ellos; «es la esperanza en la Resurrección de Cristo la que debe mantener nuestra propia esperanza, el dolor sufrido en esta tierra es inmensamente pequeño comparado con el gozo que ya él esta disfrutando; pensemos en ellos, para ellos es liberación y comienzo de la verdadera vida, y Julio ya está contemplando a Dios cara a cara, esa es la profunda fe que nos ilumina», acotó.
«Julio supo entender lo esencial, lo importante, él supo distinguir lo importante y primario de lo que es secundario… Él es ejemplo, los que le conocimos podemos decir que era profundamente cristiano y un sacerdote profundamente sacerdote, con total dedicación y enorme simplicidad, con gran alegría y entusiasmo, el sacerdocio llenó y alegró su vida, dentro de sí llevaba ese fuego del Señor que lo hacía dedicar a su sacerdocio todo el tiempo posible», afirmó el prelado, al comentar el mensaje de la Palabra de Dios para este domingo.
Y añadió, «Julio era profundamente sencillo, un hombre que ocupó cargos importante en la Diócesis, que estuvo al frente de gran cantidad de grupos apostólicos y que gozó de gran estima entre los fieles, pero siempre se mostró con absoluta y profundísima humildad».
Por eso, «cuánto tenemos que agrecederle sus horas interminables dedicadas a la confesión, a la asistencia a toda clase de grupos apostólicos, cuánto agradecer el amor enorme que tuvo al clero, cuánto agradecer su enorme amor a todo lo que fue la Diócesis y cuánto agradecer por vivir su sacerdocio a plenitud», afirmó el obispo de Sna Isidro.
Finalmente, monseñor agradeció a quienes cuidaron diariamente del Padre Julio, particularmente a su sobrina Teresita que lo atendió con gran dedicación, a los hermanos sacerdotes que le acompañaron muy de cerca en varios momentos de su enfermedad, y muy especialmente al Padre Carlos Ernesto Espinoza.