Decíamos al inicio, hermanos y hermanas, que es éste un gran momento en la vida personal de nuestro hermano Jesús, gran momento en la vida de su familia y de sus amigos, etcétera; un gran momento en el contexto de nuestra Diócesis y desde luego en el contexto de la Iglesia Universal. El diácono es un diácono de la Iglesia y no solamente de esta Diócesis.
En primer lugar quisiera recordarles de dónde viene ese diaconado y por qué y para qué existe, si bien todos lo sabemos pero no nos hace malo recordarlo. La Iglesia tiene y ha heredado del mismo Cristo un único sacerdocio, un sacerdocio que es fruto de su Pascua, de su Muerte y Resurrección. Un sacerdocio que ha sido concedido a la Iglesia como un don, como un regalo, no es algo que nosotros hemos conquistado, no es algo que nosotros merecemos, no es algo que a mí se me da por ningún mérito personal. Obedece enteramente a una vocación divina. Solamente puede acercarse a ser ordenado dentro de la Iglesia aquél que se sienta realmente llamado y que durante meses y años enteros ha discernido con la ayuda de su director espiritual, sus formadores, en fin y otras personas y de la misma Diócesis, ha discernido que efectivamente él se cree llamado y está convencido de ser llamado por Dios a este ministerio. Y ni siquiera digamos convencido ciento por ciento porque ninguno de nosotros está nunca, ciento por ciento seguro de nada, creo que nadie esté nunca seguro ciento por ciento de prácticamente nada, pero está bastante seguro y nosotros también bastante seguros de que él, Jesús, ha sido llamado a este ministerio. Pero recordarlo siempre es un don, es un regalo, no es nada que yo recibo por mérito personal, ni por estudios, ni títulos, ni inteligencia, ni linda cara, ni plata en el banco, ni nombre famoso, nada de eso, el sacerdocio es enteramente un regalo.
Dice la carta a los Hebreos “el sumo sacerdocio no se lo atribuye nadie”, ni siquiera Jesucristo se lo apropió para sí mismo, se lo dio el Padre, el Padre lo nombró y le dijo serás sacerdote y eres sacerdote para siempre. Ese sacerdocio es el que heredamos nosotros, el que recibimos. Tiene tres grados como todos sabemos, tiene tres grados, el grado primero que sería el diaconado, segundo que sería el sacerdocio y tercero el episcopado, o si ustedes quieren también se dice, no, el primero es el episcopado, el segundo es el sacerdocio y el tercero es el diaconado. No se trata hermanos míos y hermanas mías, no se trata de tres clases de sacerdotes, primera clase y segunda clase y tercera clase, porque el obispo es primera clase y el sacerdocio segunda clase y el diácono tercera clase, casi pura mantequilla, no. No se trata de eso para nada, en la Iglesia Católica y en el cristianismo no hay clases de nada, ahí no hay primera clase, segunda clase y tercera clase de nada. Todos fuimos llamados por el Señor al mismo sacerdocio. Otra cosa es que se participe en ese sacerdocio en diversos grados, porque así lo ha querido el Señor y así lo ha entendido y practicado la sabiduría de la Iglesia. Se participa en diversos grados, jamás pensar que es diversas clases de sacerdocio. Porque algunos piensan que toda esta cuestión de la Iglesia es un escalar, verdad. Que se escalan puestos, entonces uno empieza por abajo, verdad y ahí va escalando a ver si llega a Papa… Algo así verdad, “papilla” tal vez verdad… No hay nada a escalar en la Iglesia, no hay absolutamente nada que escalar, todo es don y todo es gracia y todo es participación del Señor según él lo quiere y a quién quiere, cuando quiere y como quiere, nada de escalar.
Una señora me llamaba a mí una vez, yo era recién sacerdote y me decía, me llamó por teléfono y me decía, ¿qué es lo que se necesita padre para que alguien entre, un muchacho entre en un seminario? Y empecé a explicarle, explicarle y explicarle y prácticamente me interrumpió, pero me dice, Sí, sí pero es que mi hijo quiere estudiar para arzobispo. Ah, muy interesante, porque llamó al teléfono equivocado y también a la comunidad equivocada. Quería estudiar para arzobispo. No no, nada de estudiar para arzobispo, el chiquillo no quería ser ni siquiera ser monaguillo y no era monaguillo, menos quería ser padre, el que quería era su mamá. Pero su mamá no quería que fuera padre nada más, no, no, que fuera obispo porque eso es más calidad no, y no, ni siquiera obispo, arzobispo. Como si hubiera diferencia entre obispo y arzobispo, no ninguna. Ninguna diferencia. En la Iglesia no existe ninguna escala. Nadie empieza abajo y después va subiendo. Alguien piensa que se empieza por monaguillo, se sigue por seminarista, después ya es diácono, después sacerdote, después sigue obispo y después sigue qué… cardenal y después sigue Papa. Esa es la escala, qué escala, ni qué escala, en la Iglesia no existe ninguna escala, nadie escala nada.
Otra señora le preguntaba a un padre recién ordenado, era muy amigo suyo, y le dice: Padre tal, usted acaba ser ordenado sacerdote, ¿ahora va a empezar para obispo? Ven la idea, la idea de que hay que escalar y algo más. Nadie en el sacerdocio de Cristo, el diácono no es un sacerdote frustrado, ni el sacerdote no es un obispo frustrado, que al sacerdote no se le quita absolutamente nada si no llega a ser obispo, se le da nuevas responsabilidades y una mayor plenitud en el sacerdocio para servir a su pueblo, nada más. Muy importante esto porque a veces hacemos equivocaciones en eso.
Este ministerio del Diaconado que es esa primera participación en el único sacerdocio de Cristo, recuerden que ese sacerdocio viene del sacerdocio común, lo da Jesucristo, sí, no lo dan los fieles, no. Pero que viene del sacerdocio común puesto que la Iglesia es un pueblo sacerdotal, es un pueblo real, es un pueblo santo, de manera que por esto tenemos todos algún tipo de sacerdocio.
En cuanto al diaconado hoy encontramos una cosa muy bonita expresada en la primera lectura, curiosamente ya desde el antiguo testamento existía una cierta gradación en cuanto a los sacerdotes, estaba el sumo sacerdote, estaban los sacerdotes y estaban los levitas. Y en cierta forma todos eran puestos al servicio de los otros pero todos se servían a los otros. Curiosamente el diácono ya dentro de la Iglesia Católica, desde un comienzo de la Iglesia fue alguien que era instituido para servicio del obispo, ni siquiera para servicio del sacerdote, no; para el servicio del obispo. Pero como el obispo delega a los sacerdotes, si es el caso los ordena y también los delega para un determinado oficio de párroco a un sacerdote, el diácono está también al servicio de ellos, es lógico que así sea. En todo caso es para el servicio, por eso dice allí que escogieran a los levitas y los pusieran al servicio de los sacerdotes en el templo y del sumo sacerdote también.
Interesantemente en la segunda lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos describe qué son las funciones del diácono, qué es lo que hace, para qué es instituido y lo describe muy bellamente la segunda lectura de hoy. Nos habla de Felipe, el diácono Felipe, que un momento determinado transportado por el Espíritu se encuentra junto a un etíope que va caminando en una carroza y que va leyendo al profeta Isaías y el Espíritu le dice al diácono Felipe vete a subirte en su carroza, ponte al lado de él. Efectivamente Felipe lo hizo y empezó a interrogarlo sobre aquello que estaba leyendo y le dijo que estaba leyendo al profeta Isaías pero que no lo entendía. Entonces Felipe empezó a explicarle las escrituras, empezó a acompañarlo en su viaje de fe, empezó a ayudarle a entender la Palabra de Dios… Eso es muy importante para el ministerio del diácono y digo esto no por el diácono temporal, porque Jesús sería diácono por un poquito de tiempo, seguramente nada más, porque la idea es llegar al sacerdocio. Ojalá que no sea la idea llegar a ser obispo, verdad, sólo Dios sabe, pero la idea es que él va a tener que acompañar en la fe a sus hermanos y hermanas, tendrá que sentarse como Felipe en el mismo carruaje y leer las escrituras con ellos y explicárselas. Explicarles sobre todo porque ésta es la otra función, el desvelarle a ellos el gran misterio de la persona de Cristo. Ayudarles a entender que todas las escrituras desembocan en la persona de Cristo, que todas ellas se entienden solamente desde la perspectiva de Cristo y Cristo tanto en su vida terrena como en su Pasión, como en su Muerte, como en su Resurrección y como en su Presencia Viva y Actuante en la Iglesia. No se puede quedar el diácono, ni ningún evangelizador en una de éstas partes, no. Tiene que explicar el misterio de Cristo en todas sus facetas, su vida temporal, su Pasión, su Muerte, su Resurrección, y su Presencia en la Iglesia de hoy. Y tiene que ayudarles a sus hermanos a caminar en esa fe hasta llegar a la plenitud del descubrimiento de Cristo y de transformarse en él. Por eso el diácono debe predicar la Palabra, por eso debe participar con grupos animándolos en la fe, por eso el diácono ayuda al sacerdote y al obispo en la tarea de la evangelización, está orientado a la revelación plena del misterio de Cristo, por lo menos ayudar a sus hermanos a descubrirlo y a vivirlo. Y la otra función del diácono es la de los sacramentos, Felipe después de haberle explicado todo aquello al eunuco etíope le dice bueno, hemos llegado a un lugar donde hay agua, qué impide que yo me bautice, y Felipe lo bautiza, porque el diácono también tendrá como función administrar los sacramentos, si bien todavía no todos porque no puede ni celebrar el sacramento de la confesión ni la eucaristía, pero ya él va a ser ministro de los sacramentos, va a bautizar, va a casar, va a dar la unción de los enfermos, en fin, todos los demás sacramentos. Quiere decir que aquí hay para Jesús una buena tarea de su ministerio diaconal, ya hará un gran ministerio diaconal si puede desempeñar esas tres funciones, la de la Palabra de Dios, la de la Revelación y Vivencia del Misterio de Cristo, la de la Vivencia del Misterio de la Iglesia y de sus sacramentos.
Y termino con un comentarito al Evangelio, en donde nos aparece aquél texto fabuloso de San Mateo, los discípulos que se peleaban por el primer lugar, y Jesús que les regaña diciéndoles, no, no no, así no será entre ustedes, ese pelearse por el primer lugar lo hacen los grandes de la tierra, los poderosos de la tierra son los que se enseñorean sobre las naciones y se posesionan de ellas y las esclavizan, no, no será así entre ustedes. Si alguno quiere ser el primero tiene que hacerse el último. Si alguno quiere mandar tiene que ponerse a servir. Y esa es la misión del diácono, diaconado quiere decir servicio, “Servir”. Por eso es que el diaconado no es un ministerio solamente para ahorita; cuando sea sacerdote tenés que recordar que también sos diácono y si algún día llegas a ser obispo tenés que recordar que tenés que permanecer diácono, porque ninguno de nosotros está exento del gran ministerio del servicio y ninguno de nosotros los seguidores de Cristo tiene ningún otro privilegio más que el privilegio de servir. No el privilegio de mandar, no el privilegio de dominar y poseer y controlar, no. Es el misterio de servir y por eso nos dice ya hoy desde las primeras palabras de esta celebración nos recuerda que Jesucristo dijo Yo no he venido a ser servido sino a servir y a dar la vida para la salvación de muchos.
Jesús, pues meditá mucho en esto del servicio cristiano, hay maneras de servir y servir, hay formas de servir que son de dominio no son servicio, se sirve aparentemente pero para dominar, para controlar, para ganar votos, para escalar si se piensa que es una escala, no, no, no. El único privilegio que pide un cristiano es el de poder servir permaneciendo siervo, permaneciendo siervo, no que quiera servir para después llegar a ser señor, no. Sino que quiere servir y permanecer siervo toda la vida.
Ustedes se acordarán de las palabras de Benedicto XVI cuando fue elegido Papa, cuando él salió al balcón del Vaticano para que fuera anunciada su elección de Papa y fue anunciada su elección y salió al balcón, él dijo los señores cardenales han elegido Papa a un siervo de la viña del Señor, eso es todo en nuestra vida, él entendió muy bien y no hay otra cosa que el servicio y el servicio humilde, el servicio desinteresado, el servicio que tiene que ser alimentado con la Palabra de Dios y con la oración y con la vida de la Iglesia y con el apostolado, allí tiene que alimentarse tu diaconado, en la Palabra de Dios, en los sacramentos y la oración, en el servicio a los hermanos, en la comunión con tus hermanos en el clero, en fin, allí está el secreto de tu diaconado y será también el secreto de tu futuro sacerdocio.
Sigamos pidiendo que así sea, que el Señor le llene hoy y siempre de sus bendiciones. Así sea.