HOMILÍA PARA EL DÍA NACIONAL DE LA JUVENTUD

Homilía pronunciada por Mons. Montero en el DNJ de San Isidro

En primer lugar un saludo afectuoso de bienvenida a todos los participantes en este Día Nacional de la Juventud.

Un saludo muy especial a don Luis Guillermo Solís, Presidente de la República, a la Señora Vera Violeta Corrales, Alcaldesa de este Cantón, a los Hermanos Obispos de todas las diócesis de Costa Rica, a los numerosos sacerdotes de nuestra diócesis y a los que nos visitan; a los Religiosos y Religiosas de las varias comunidades, tanto los que aquí viven y laboran, como los que están de visita. Un saludo especialísimo a los jóvenes de todas las diócesis de Costa Rica, integrantes de la Pastoral Juvenil, y a todos los demás jóvenes por quienes y para quienes ha sido organizado este gran día; en fin, a todas las personas que hoy acompañan a estos jóvenes, y a los que nos visitan y honran con su presencia. Nuestro corazón se alegra y se llena de gratitud por su presencia aquí hoy, y se dispone a servirles con amor para que se sientan como en casa, y para que disfruten de una jornada intensa y alegre.

Hoy, es un día histórico para esta Diócesis y para este Cantón: por primera vez se celebra en estas tierras un Día Nacional de la Juventud y, por tanto, es la primera vez que se dan cita aquí miles de jóvenes de todas nuestras diócesis para dar público testimonio de su fe cristiana, para renovar su amor y admiración por el Señor Jesucristo, y para renovar su compromiso de seguirle fielmente en la construcción de su Reino. Es la primera vez que la Pastoral Juvenil de esta diócesis enfrenta un reto tan grande como es la convocación, organización e implementación de un evento de esta magnitud. A esos valientes jóvenes de nuestra diócesis y, muy en particular, a los que han integrado la Comisión Diocesana para el Día Nacional de la Juventud, como a todos los sacerdotes y otras personas que con ellos han colaborado, vaya nuestro reconocimiento y nuestra infinita gratitud. Así mismo, nuestro reconocimiento y gratitud a todas las autoridades civiles e instituciones de servicio público de este Cantón de Pérez Zeledón, que nos han brindado un apoyo incondicional y muy eficiente en la preparación y realización de este memorable evento.

¿Qué nos dice hoy la Palabra de Dios en estas lecturas que acabamos de proclamar? ¿Qué mensaje quiere el Señor comunicar a todos nosotros y muy en particular a los miles de jóvenes que hoy se han dado cita aquí en San Isidro? La primera lectura nos coloca ante la realidad de un joven que, a pesar de su corta edad y de sus normales limitaciones, se siente llamado por el Señor a ser su profeta. El llamado que Dios hace a Jeremías no es una decisión precipitada y de último minuto, sino una vocación presente en la mente de Dios desde la eternidad: Antes que te formara en el vientre de tu madre, ya te conocía; antes que nacieras, ya te había consagrado profeta (Jer 1, 5).

Aún más, la vacilación y la resistencia del joven Jeremías y la declaración, a modo de excusa, de su incapacidad ante la propuesta, cuentan poco para el Señor, es Él quien se compromete a darle su fuerza para llevar a cabo la tarea que le ha encomendado; la única condición para recibir ese regalo es que el futuro profeta esté dispuesto a cumplir fielmente la tarea:…irás donde te envíe, y dirás todo lo que te mande. No les tengas miedo que estoy contigo para salvarte. Evidentemente, la fuerza que el Señor promete al profeta para realizar su misión es extraordinaria: te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para destruir y derrocar, para reconstruir y plantar.

 

¿Se han preguntado ustedes, jóvenes cristianos de Costa Rica, qué les está diciendo el Señor hoy acerca de su propia vida? Si un día Él llamó al joven Jeremías, ¿no les estará llamando también a ustedes para ser sus profetas en un país seriamente debilitado y confuso, a causa de tan diversas corrientes de pensamiento y de acción, muchas de las cuales son radicalmente opuestas a los principios esenciales de nuestra fe, que es la fe de un pueblo mayoritariamente cristiano, por lo menos en cuanto a números se refiere?

¿No será que ustedes, como Jeremías, se están diciendo a sí mismos y le estarán diciendo a los demás costarricenses: “Somos todavía muy jóvenes; no tenemos aún ningún poder económico ni político; nadie nos presta atención; no tenemos aún la suficiente experiencia, etc.?” “Habrán ustedes escuchado con la debida atención la voz del Señor, que afirma haberles elegido desde toda la eternidad para ayudar a otros a cambiar sus formas de pensar, para encender corazones tibios, para luchar por transformar estructuras injustas, para cambiar en mejor la suerte de un entero país ¿No estarán ustedes desoyendo las palabras de San Pablo a Timoteo en la segunda lectura de hoy: Que nadie te menosprecie por tu juventud”? Recuerden, jóvenes, que ese menosprecio puede venir no sólo de otros, sino también de ustedes mismos.

Escuchemos ahora lo que nos dice el Señor en el Evangelio. Al enviar a sus apóstoles por el mundo a proclamar la cercanía del Reino de Dios, les da autoridad para curar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos, expulsar demonios. Estas palabras no se han de entender en un sentido estrictamente literal. De hacerlo así, podríamos pensar que nosotros hasta ahora no hemos cumplido con la misión que nos encargó el Señor, pues no habremos quizá curado enfermos, expulsado demonios, o resucitado muertos.

El lenguaje de Jesús es oriental y, por tanto, muy figurativo. Él nos envía a luchar contra toda forma de mal, a llevar vida donde quiera que vayamos, a mostrar que con la fuerza de su Santo Espíritu, nada nos será imposible. Podemos y debemos transformar el mundo en su nombre y según su voluntad. Basta para ello tener la actitud que propone el Salmo responsorial de hoy cuando dice: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. El Señor nos dice también en el Evangelio que llevemos pocas cosas para el camino, no porque desconozca que necesitamos un mínimo de ellas para sobrevivir y para cumplir la misión, sino porque no vayamos a pensar que son esas cosas: dinero, vestido, armas, etc., las que van a asegurar el éxito de nuestra misión. Seremos eficaces instrumentos de su Reino sólo si somos convincentes por nuestra vida y si evitamos creernos los salvadores del mundo por nuestras propias fuerzas. No olvidemos que en ese mismo Evangelio el Señor Jesucristo nos envía a ser mensajeros de su paz y a ofrecerla a todos los que encontremos por el camino. La predicación del Reino de Dios es un movimiento dinámico que va transformándolo todo, a medida que esparcimos la semilla y ponemos las condiciones mínimas para que ésta germine, crezca y produzca.

Jóvenes que hoy han sido convocados por el Señor a este Día Nacional de la Juventud, no desestimen la gran responsabilidad que el Señor pone hoy sobre sus hombros: hacer de Costa Rica una nación que en su tiempo fue cristiana, que con el pasar de los siglos se ha ido apartando de los principios fundamentales de su fe, pero que aún puede recobrar los valores propios que la vieron nacer y que guiaron la vidas de nuestros antepasados. No pospongan su responsabilidad para el futuro. No se dejen engañar por quienes les dicen que ustedes son el futuro de Costa Rica; ustedes son igualmente el presente de este país. Ni el Estado, ni las Iglesias pueden desconocer la fuerza incontenible de una juventud pensante, orante y comprometida. Basta ver esta multitud reunida hoy aquí y lo que ustedes pueden significar si hacen oír su voz para defender los valores del Evangelio. Ustedes pueden influir poderosamente en las decisiones que se tomen en nuestra Asamblea Legislativa, en las políticas que adopte un gobierno, en el buen funcionamiento de las instituciones públicas, en el fortalecimiento de la lucha contra la corrupción, en el cambio de estructuras injustas, y aún en la selección del tipo de democracia que más conviene a este país. Quizá hasta el día de hoy día la juventud de este país no ha ocupado el papel protagónico y la condición de actor social y político que le corresponden. Es hora, pues, de reclamarlo y de asumirlo.

Como cristianos, amamos y defendemos la vida, y es por eso que nos oponemos a proyectos de ley que quieren legalizar el aborto, la fertilización in vitro, la eutanasia. Nos oponemos al libertinaje sexual, a la prostitución, al amor libre, a los embarazos queridos o no queridos de madres solteras y de adolescentes, así como a la equiparación del matrimonio tradicional con cualquier otro tipo de unión entre personas sin importar su sexo o su orientación sexual. Como cristianos denunciamos la injusticia de un sistema económico que produce cada día ricos más ricos y pobres más pobres. Rechazamos como radicalmente injusto un sistema tributario en el cual quienes más tienen son los que menos contribuyen al bien común, mientras son sacrificados los más desposeídos, y apoyamos todo esfuerzo de los gobiernos para corregir tales irregularidades. Nuestras armas no son ni la violencia, ni el odio, ni la revolución, ni tampoco la violación de las libertades individuales; los seguidores de Cristo tenemos nuestras armas, y estas son: la iluminación de la Palabra de Dios, la fuerza silenciosa de la oración, el poder transformador de los Sacramentos, la convicción del diálogo, la comunión fraterna, el testimonio de vida, el sacrificio personal, y sobre todo la fuerza incontenible del amor, que todo lo vence y lo transforma.

Que tengan todos ustedes un día muy feliz y provechoso entre nosotros. El Cristo cuya imagen fue destruida por un rayo hace pocas semanas y que esperamos algún día reconstruir, que no está muerto sino vivo, les colme de abundantes gracias y bendiciones.

+ Fray Gabriel Enrique Montero

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