Mons. Ignacio Trejos: 70 años de sacerdocio y 54 años de obispo

“Servir es reinar”, reza el lema episcopal de este insigne obispo que Dios quiso en su eterno y misericordioso designio ofrecer a la Diócesis de San Isidro, y en ella, a toda la Iglesia; al celebrar hoy 8 de marzo, el 70 aniversario de su ordenación presbiteral y sus 54 años de episcopado, queremos retomar una síntesis de aquella entrega que preparamos hace algunos años, acercándonos a la persona, su ministerio y mística profética de nuestro muy querido Mons. Ignacio Trejos Picado.

Vida y vocación:

Ignacio Nazareno, nombre completo, nació en Guadalupe de Cartago el 31 de julio de 1928, es hijo de Juan Leonor y María Tiburcia, quienes inculcaron en su hijo el valor de la familia; por eso, y según nos indicó en una entrevista a Radio Sinaí, él define a la familia, como “el valor fundamental, herencia de la humanidad, pues es ahí donde se forja el futuro, la familia es la realidad más grande que el Señor nos pude regalar, ahí recibimos la vida y el amor”.

Cuenta la historia, que el niño Trejos Picado realizó sus estudios primarios en la escuela Jesús Jiménez y la secundaria en el renombrado Colegio San Luis Gonzaga, donde obtuvo el bachiller en ciencias y letras. Pero ¿cómo se dio este proceso? Cuenta el mismo obispo, que muy temprano en su vida manifestó la vocación a su familia, pues cuando niño tenía inquietud salesiana; sin embargo, llamará “la tarde de las decisiones”, aquella en la que al terminar sexto y viniendo del cafetal con su padre, decidió ingresar al San Luis, para así discernir posteriormente qué camino tomaría, si el salesiano o el secular.

Sintiendo siempre el llamado de Dios, y con la convicción de dar una respuesta; nuevamente, una tarde regresando del cafetal en el año 1945 se encontró con Edgar Rivera Garita (compañero de colegio y quien llegaría posteriormente a ser sacerdote), éste, por medio de una pregunta le incitó a matricularse en el Seminario, fue esto lo que le motivó a recibir la orientación vocacional con el padre Rubén Odio (quien luego sería obispo) para dar el último paso, siendo finalmente presentado al Seminario por el mismo Padre Álvaro Coto, de grata memoria para nuestra Diócesis de San Isidro.

En 1946 ingresa al Seminario, pensando, como él mismo dice, que “en el ministerio podría hacer mucho bien, porque el sacerdote es el hombre eucarístico”; muy rápido, empieza a ser admirado por sus capacidades, y será esto lo que motiva a su propio obispo Mons. Sanabria, para que en octubre de 1950, luego de una mañana de paseo, le comunique en el mismo Palacio Arzobispal de San José, que será enviado a Roma para concluir sus estudios teológicos. Aquel momento, monseñor lo sigue recordando con toda claridad, “lo asumí como la voluntad de Dios, pues mi madre el 15 de septiembre había sufrido de un derrame cerebral, monseñor Sanabria me advirtió que no volvería a ver a mi madre en vida…, eso es un dolor muy profundo; pero, había que asumir la voluntad de Dios, porque ante todo la vocación”, indicó Mons. Trejos durante la entrevista para el programa Yo te Elegí de Radio Sinaí.

El joven teólogo, concluyó así sus estudios en la conocida Ciudad Eterna, y el 8 de marzo de 1952, exactamente 6 años después de su ingreso al Seminario (porque fue en esa misma fecha), ahora por la imposición de manos de Mons. Carlo Carinci, fue ordenado sacerdote, en la Capilla del antiguo Pío Latinoamericano, en Roma.

Como sacerdote, su servicio pastoral lo realizó primero como coadjutor en la Basílica de los Ángeles y luego párroco de Pacayas; posteriormente, fue movido a la coadjutoría territorial de Calle Blancos, para luego ser nombrado párroco de Santa Teresita del Niño Jesús; el 4 de agosto de 1959 es llamado a ser formador del Seminario Mayor durante casi dos años y medio; luego, es nombrado párroco en San Rafael de Oreamuno, tiempo durante el cual presta sus servicios como Juez en el Tribunal Eclesiástico Arquidiocesano; y finalmente, en febrero de 1965 es nombrado Rector del entonces Seminario Central de Costa Rica, en Paso Ancho.

Estando en este delicado servicio de la rectoría del Seminario, llega el 5 de enero de 1968, fecha en que es electo Obispo Auxiliar para la Arquidiócesis de San José por mandato del papa Pablo VI; sobre este momento, Mons. Trejos dice que él pensó: “si hasta el momento he obedecido, si bien es la orden del papa, obedezco; ahí, comenzó la cruz del episcopado y la corona de espinas de la mitra”, nos comentó en entrevista a Radio Sinaí, con mirada fija en el crucifijo que colgaba frente suyo y un corazón que parecía revivir cada segundo.

Así, en la Basílica de los Ángeles y por la imposición de manos del Nuncio Apostólico de aquellos años, Mons. Paulino Limongi, será ordenado en la ya muy conocida fecha, 8 de marzo, pero ahora de 1968, mientras cumplía sus 16 años de ejercicio presbiteral. Este servicio como Auxiliar de San José lo desempeñó hasta el 21 de diciembre de 1974, cuando es elegido II Obispo Diocesano de San Isidro de El General tras la muerte de Mons. Delfín Quesada Castro, acaecida el 17 de octubre de ese año. Así, Mons. Trejos, tomó posesión de la Iglesia Particular de San Isidro el 22 de enero de 1975, guiando a esta porción del Pueblo de Dios durante veintiocho años, ocho meses y nueve días.

Ministerio Episcopal y Legado Diocesano:

Quizá, Mons. Ignacio Trejos nos sorprendió con una frase que describe en mucho la vida del episcopado, cuando nos dijo: “si hasta el momento he obedecido, si bien es la orden del papa, obedezco; ahí, comenzó la cruz del episcopado y la corona de espinas de la mitra”; y es que su servicio, en cierta manera podríamos decir, estará siempre marcado por la cruz y las espinas, pero donde también como ya lo sabemos, luego del Calvario estará la Resurrección.

Aquellas sentidas palabras de Trejos, como muchos le dicen de cariño, marcarían desde el inicio su episcopado, cuando “la cercanía con el arzobispo se volvió en lejanía tras el nombramiento, somos humanos y hay que ponerse en la verdad”, nos comentó monseñor en la entrevista a Radio Sinaí; así, comprendemos aquellos primeros años de episcopado como Auxiliar de San José, ciertamente, como años sufridos y de gran desierto.

Tras una conversación con el Papa Pablo VI donde expuso su sentir, y a quien pidió una breve audiencia en el año 1971, recibió nuevas fuerzas al confiar en que el mismo Sumo Pontífice le dijo conocer la situación y estar dispuesto a ayudar apenas se dieran las condiciones; fue así, como tras la muerte de Mons. Delfín Quesada Castro, llegará su nombramiento a la muy lejana y hasta temida tierra del Sur, para aquellos años.

Quiero aclarar acá, que cualquier episcopado tendrá que ser abordado con sumo cuidado y en todo caso tendrá tanto de bien que será imposible consignarlo todo, puesto que mucho de ese servicio pasa en el mayor de los anonimatos; entonces, pretender abarcar el ministerio de Mons. Trejos con todas sus cualidades y años, será simplemente imposible. Por tal razón, me permito hacer una breve semblanza de algunos elementos que quisiera destacar.

Tras su nombramiento en diciembre de 1974 y su toma de posesión del 22 de enero de 1975, Mons. Trejos confiesa haber sentido “liberación, eran nuevos campos de acción, una experiencia dura porque apenas conocía el centro de San Isidro de El General, pero agradezco mucho al Padre Madrigal y al Padre Godínez que me llevaron a esa gira por el Sur de tantos recuerdos, fue una gira de un día…”, precisó.

De su ministerio episcopal, rescata con gran alegría un noble sentimiento hacia los laicos; “encontré una nueva realidad, me alegró mucho que Mons. Quesada había promovido los delegados de la Palabra, y ese fue el primer campo de acción que tanto recuerdo, hasta tener el primer encuentro de Delegados a nivel nacional, donde contamos con el estímulo del mismo papa Pablo VI… Era una nueva misión, un campo desconocido pero lleno de sorpresas, vi que el Pueblo de Dios estaba sediento del Evangelio; por eso, al llegar, lo primero que hice fue poner una propaganda manuscrita en las ermitas que decía: lea la Biblia”, recordó Mons. Trejos visiblemente emocionado, al tiempo que mostraba una paz interior por la misión cumplida, misión de la cual hoy seguimos disfrutando de tantos dones y de tanto bien para nuestras comunidades cristianas.

Pero si monseñor Trejos valora al laicado, donde como él mismo nos dijo, pudo ver “el Pueblo de Dios que estaba dispuesto a esparcir la Palabra”; sentimientos muy altos y dignos tiene también para el clero, para esos hombres que le acompañaron a pastorear la grey confiada, por eso dirá: “podrá haber muchos defectos en el clero, pero no es un clero vago, una gratitud debo expresar a los sacerdotes, tan esforzados en ambientes tan difíciles, son sacerdotes que dan la talla; eso me valió para fundar la Casa Santa María, centro que ha dado algunos frutos para el Clero Diocesano”, señaló con gran satisfacción el entregado obispo. Recordemos, que gran parte del presbiterio de la Diócesis de San Isidro fue ordenado por él, tras sus casi tres décadas de ministerio episcopal.

Este amor particular por sus sacerdotes y las vocaciones sacerdotales, queda claramente expresado en el pensamiento que comparte años más tarde cuando es entrevistado para Radio Sinaí, y dirá: “las vocaciones son el corazón de la Iglesia, sin sacerdotes no hay Iglesia, sin sacerdotes no hay Eucaristía, sin sacerdotes no se hace presente el Señor…; es Dios quien nos ha llamado y no nosotros que le hemos escogido…, el sacerdocio es un misterio; si no, que lo diga la Providencia”, recordó monseñor Trejos. Y visiblemente consternado agregó: “cómo derrama sangre el corazón del obispo cuando ve que un sacerdote al que le impuso las manos abandona el ministerio, que un sacerdote que él mismo ha ordenado no quiere obedecer o le hace mala cara después de años porque fue enérgico en defensa de su sacerdocio…; el sacerdocio es un don de Dios, el regalo de Cristo para la Iglesia que peregrina en este mundo en medio de tanta adversidad, pero hay esperanza, hay salida…”, precisó.

Si hay esperanza, entonces es preciso poder conocer de un obispo con más de medio siglo de episcopado, el consejo que dirige a tantos jóvenes con inquietudes vocacionales; y a ellos, dice: “si quieren ser sacerdotes, les digo que lo piensen y lo decidan ante la imagen del Crucificado, pues si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome consigo la cruz, y siga mis pasos ensangrentados y, recuerden aquellas palabras de Jesús: no tengan miedo yo he vencido al mundo”, recalcó el prelado.

Por otro lado, y no menos importante, Mons. Trejos tuvo que cargar sobre sus hombros la difícil tarea de reorganizar y conformar una creciente y pujante diócesis en lo pastoral y administrativo. Bajo su extenso episcopado nacieron experiencias que aumentaron la espiritualidad y la fe del pueblo, como lo son los Cenáculos Familiares del Rosario, su particular atención a los retiros de Promoción Cristiana que siempre defendió como un arma para avivar las comunidades, la atención cercana a las personas, su extraordinaria agenda que aun no entiendo cómo alcanzaba para estar en su cátedra y nunca descuidar las parroquias a las que visitaba con regularidad y alegría, sus visitas sorpresas a las casas curales o conventos para cerciorarse personalmente que estuvieran bien los suyos, y la aparición de infraestructuras que traerían renovado espíritu pastoral, como lo fueron la Casa Sinaí, el Centro Pastoral de Pejibaye y el Monte de la Cruz en Pacurito, sin olvidar la ya mencionada Casa Santa María como centro vocacional. Durante su episcopado, también, se crearon gran número de parroquias, llegaron a la diócesis distintas comunidades religiosas y ordenó a 49 sacerdotes para el servicio diocesano, siendo el Pbro. Noel Antillón Granados (qdDg) el primero, y el Pbro. Francisco Mora Hernández el último.

Tanto trabajo y entrega, solo pueden tener el soporte en Dios mismo, por eso al preguntarle a Mons. Trejos quién es Dios para él, no dudó en decirnos: “Él lo sabe, de cuyas manos hemos salido, es el Padre que amándonos tanto nos envió a su Hijo querido para que sea nuestra Salvación; no hay Palabra más libre que la del Evangelio, y dichoso si nos toca morir por testificar el Evangelio”.

El escucharlo, sabemos que es esto lo que hace que Mons. Trejos esté claro en la realidad de su ministerio, obra que sin duda es de Dios y a Él da los créditos. “Jesús eligió a unos pescadores, para el Señor no hay clases sociales, para el mundo los pescadores son unos desgraciados, para Cristo no…; ciertamente no eligió políticos, ni profesionales con títulos, pensó en lo que no vale para el mundo… fíjate, yo llegué a ser obispo… La Iglesia trata de ser fiel, todos me conocen en San Isidro, en 30 años conocen todos mis defectos, pero saben que todo lo que yo hice en el Valle es buscando el bien de las almas; si uno se pusiera a complacer el mundo, a ver si dicen bien o mal de uno, no haría nada…; por eso, hay que luchar contra corriente”, precisó.

La voz profética:

Lo anterior, nos hace pensar en aquella voz fuerte, pausada y muy bien pensada, siempre en defensa de los pobres, sedienta cual más de la justicia y verdadera profecía evangélica; y si no era con la voz, sería con la excelente y pulida pluma que Mons. Trejos tiene, como hizo escuchar a propios extraños, gustosos o no, del Evangelio más puro, aplicado a las realidades más concretas de la vida diocesana y más allá. Elogiado por esto, dijo con la sencillez que le caracteriza: “es el Señor quien da la fuerza, yo sabía que la Diócesis es muy pobre, y me dolía el corazón ver todo lo que estaba sucediendo; podrían decir que me extralimité, y pido perdón a los diocesanos por el temple que tuve ahí, quizá maltraté a más de uno, por eso les pido perdón, creo que ellos interpretarán que era el amor que les tenía, actuaba como el pastor que defiende a sus ovejas de los lobos”, precisó nuestro querido obispo emérito, con la profunda paz que da una conciencia tranquila.

Y es que el ambiente social de aquellos años de episcopado al frente de San Isidro no eran fáciles; entre 1974 y 1982 Costa Rica vivía una realidad muy particular y problemática, la diversificación económica conserva su pujanza hasta finales de la década de los 70’, los dos sectores productivos de mayor peso en el país, el agropecuario y el industrial miran lento su ritmo de crecimiento; 1974 será el año donde inicia el proceso de la crisis económica, ayudado por el alza del petróleo; las mismas políticas internacionales provocan a lo interno un estancamiento y con ello la imparable repercusión en el sector agrario; así, las cosas no parecen tener vuelta de hoja, la crisis se vuelve inmanejable hasta el punto que surgen las protestas por parte de los sectores bajos de la población; la crueldad de la crisis, se refleja en los sectores rurales con pobreza, baja densidad de infraestructura, carencia de servicios básicos y elevados índices de desempleo.

Los años siguientes estarán marcados por aquella crisis, y en medio de toda esta realidad social y política, no podemos olvidar que en Nicaragua se vive la guerra sandinista, lo que traería de una u otra forma agitaciones sociales y ciertos actos, creando un clima de beligerancia contra el gobierno del país vecino que de una u otra forma también nos afectaba. La difícil situación social y económica ha traído consigo el movimiento precarista, fenómeno que se ha desarrollado claramente en las tierras del Sur del país, la violencia del sector encrudece y las soluciones parecen no llegar. Así, los años fueron pasando, y con cada década nuevas realidades, los años 90’ traerían los PAE y otras firmas que poco a poco nos harían ir adentrando en la orquesta de la globalización, fenómeno en donde parece que no todo es ganancia y, en donde más bien, las tintas tendieran a señalar una lucha perdida contra el gigante Goliat.

Fue ahí, donde monseñor hizo su carácter de Profeta, que le hará merecedor de los elogios del mismo Padre Coto: “poseedor de una pluma combativa y bien cortada, la cual ha utilizado para defender todo aquello que ha creído que tiene un valor relevante para la comunidad…, en este menester ha sido valiente, nunca echa atrás cuando las exigencias del bien común así lo piden. Su carácter es enérgico y decidido, enemigo de componendas.”

Lo anterior, jamás se podría poner en duda cuando leemos aquella publicación que Mons. Trejos hace en el periódico La Nación el 2 de febrero de 1994, y que dice: “si en tiempos en que vivimos, de narcotráfico, de violencia y de innumerables crímenes contemplados en series en la pantalla de televisión, vemos este pasaje con indiferencia, naturalmente no nos hace mella, pero si recapacitamos… nuestra actitud cambia… Jamás podemos alegar que no somos guardianes de nuestros hermanos. ¡Sí, que lo somos!”. Con esta conciencia clara de ser hermano del otro y de tomar postura ante la realidad, hace en aquella oportunidad un llamado vehemente: “hermanos, tenemos conciencia no la callemos. No nos hagamos solidarios de injusticias. Oremos, reflexionemos y actuemos en consecuencia. Si sembramos violencia es sangre lo que sin duda derramaremos”, exhortaba.

Amante de la verdad, nunca estuvo de acuerdo en la mentira y defendió la soberanía del pueblo tico cuando se veía amenazada por negociaciones y tratados que se querían realizar tras los velos del silencio y la zozobra; por eso, siempre levantó la voz ante momentos históricos como el famoso Combo ICE, nunca simpatizante de la violencia, denunció sin hacer problemas en las calles y rebeliones; y lo más importante, llamó a sus files a ser críticos analizando lo que vivían, siendo cristianos comprometidos, capaces de manifestarse, pero siguiendo los criterios evangélicos.

Siendo heraldo de la justicia, no temió Mons. Trejos en luchar por ella hasta el punto incluso de poner en riesgo su propia vida, a sabiendas que su postura y su constante aporte era necesario y ante todo parte importante de su labor y de su ministerio que ama. Este profeta, quiso y utilizó los medios con los que contaba para expresarse a sus fieles y al pueblo entero de Costa Rica, para decir con su voz un tanto pausada y ya al final de su episcopado hasta cansada y baja, que la Iglesia por mandato del mismo Cristo, quiere la justicia en todos los ámbitos, no pueden darse distinciones mal sanas que llevan al caos y a la degradación de unos, porque la dignidad humana es igual en todos los hijos de Dios; por eso en 1982 dijo: “como cristianos estamos obligados, ciertamente, no solo a pregonar justicia, sino ante todo a ponerla en práctica”, principio que luego aplica al denunciar con firmeza que “los hombres de leyes no suelen inspirarse en la fuente de la equidad…, leyes injustas que sólo injusticia están llamadas a engendrar… y en no pocos casos, aun tratándose de leyes justas, se interpretan y aplican mal y naturalmente se les convierte en instrumentos de injusticia social…. La triste realidad de este mundo injusto y lleno de contradicciones es que las fuerzas de poder, del capital y de las decisiones, se encuentra cada vez más en manos de pocos”. Y más tarde añadió: “el cristiano verdaderamente comprometido con la justicia social inspirada en el Evangelio, debe llegar al corazón del pueblo para ver y sentir sus necesidades y aliviar en forma organizada y permanente sus sufrimientos, animarlos a resurgir material, moral y espiritualmente e invitar a las personas de buena voluntad a desprenderse de todo egoísmo, para que el verbo compartir se conjugue no en limosnas que ofenden a quienes las reciben, sino que cuaje en iniciativas que lleven como sello la grandeza de corazón y el esplendor del amor”.

Con gran valentía, en ese mismo año de 1982, Mons. Trejos como defensor de su querido pueblo del Sur, escribe una carta al Lic. Rodrigo Araya, en donde con claridad meridiana levanta la voz en favor de su pueblo, y le pregunta lapidariamente en un medio escrito: “¿cuándo es que los grandes de la patria piensan en la zona sur? parece que cuando se trata de explotar indiscriminadamente sus bosques y riquezas naturales, cuando hay que despojarla de sus tesoros arqueológicos ya casi ultimados… como el caso de las grandes esferas de piedra de Palmar Norte…”, y más adelante en el mismo escrito, dirá con gran valentía: “yo no tengo reparo en decir, con toda verdad, que los grandes culpables de esta situación cruel de abandono, de injusticia y de cálculo político, son los políticos mismos. A estos señores poco les importa los intereses de la patria y mucho los de su partido que les permitirán disfrutar de buenos sueldos y grandes prebendas políticas, aunque la situación del país vaya de mal en peor”, señalaba Mons. Trejos.

Íntegro defensor de la paz y seguridad nacional, en 1994 escribirá un artículo titulado Todos somos los culpables, en el que dirá: “más de uno ha permanecido silencioso ante la presencia de la corrupción y ciertos nefastos personajes. Ayer fueron Sabundra, Teja, McAlpin, Vesco y sus congéneres. Hoy son los Caro Quintero y los Escobar, ¿por qué? ¡Porque aquí en casa encontraron amigos tan corruptos como ellos!… Si queremos desterrar del país el crimen y la violencia debemos desterrar el narcotráfico, los extranjeros que dirigen este negocio criminal, y los costarricenses que se han convertido en sus aliados y con la droga ocasionan la inseguridad en todas sus facetas. Erradiquemos el narcotráfico y el asunto de la seguridad ciudadana estará resuelto… porque lo que Costa Rica necesita para resolver sus graves problemas es lealtad y no cálculos políticos”, publicó con gran valentía este pastor celoso.

Nada le haría claudicar en su denuncia clara y firme contra el narcotráfico, conocía bien el riesgo que esto comporta, él mismo lo expresa en aquella carta valerosa y que aún guarda en su memoria, publicada en 1980 y dirigida a los traficantes de marihuana: “Yo no puedo callar, yo no quiero ser del número de los perros mudos que no pueden ladrar (Is 56,10) ante tantos y tan graves atropellos. Me han dicho, repetidas veces, que se corre grave riesgo si se habla contra ustedes, pero tengo conciencia clara de que mi compromiso no es con el mundo sino con el Señor y Jesús me dice en su Evangelio: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla”.

En aquella famosa carta escrita por este obispo, se podía leer: “ustedes saben que son traficantes de esa fatídica planta que está hundiendo a nuestra sociedad costarricense en la más negra y trágica de nuestras miserias… ustedes tienen compradas (las autoridades) con el vil producto de la espantosa planta. A ustedes, y a quienes ustedes puedan encubrir sólo les interesa una cosa: el dinero. A muchos de ustedes, que se hacen pasar por cristianos, no les importa el clamor de la conciencia porque la tienen adormecida”.

Pero la denuncia que monseñor realiza, no termina solo en aquellos que ya envueltos en el mercado de la droga la trafican, sino que tiene la capacidad y la sutileza de enviar el mensaje incluso a los altos poderes de la República, cuando se expresa: “drogada debió tener también su conciencia quien decretó, para mejor suerte del tráfico, que no se debe condenar a quien porte unos cuantos cigarrillos de la fatal yerba, porque simplemente se trata de un “fumador”. ¡Qué genio! Razón sobrada parecen tener quienes le han otorgado, al autor del mencionado decreto, el título de benemérito de la corrupción nacional”.

En otro tema, para el 10 de mayo de 1988, encontraremos a Mons. Trejos como defensor del Bien Común en una carta dirigida al presidente del IDA, en la que le dice: “la tierra, principal medio de trabajo y en consecuencia de producción, ha venido concentrándose en manos de pocas personas físicas y jurídicas, que la utilizan para fines ajenos al progreso social de la comunidad… se ha ido creando un ambiente de hostilidad entre las pocas personas que la poseen y los cientos de familia campesinas que aspiran a poseer la tierra para subsistir… el sector agrario tiene derecho a la ayuda eficaz, que no es limosna ni migajas de justicia”; como vemos, no dejaba pasar oportunidad para decirle a quien fuera, lo que siempre consideró verdad y justicia.

En 1990, en un documento titulado Urgencia de la misión evangelizadora, levanta la voz en favor de los indígenas, al decir que nuestros hermanos merecen respeto iniciando por la misma posesión de tierras de las cuales se les ha marginado, y por su puesto una evangelización tal que atienda su cultura la cual es de valor infinito; es de preocupación, añade monseñor, que esta población haya sido descuidada a tal punto incluso por el gobierno, que hoy no son merecedores de ciertas prerrogativas y derechos del hombre costarricense: “lamentamos que gran parte de los indígenas son analfabetos, apenas se rozan con la civilización y permanecen sin cédula ni seguridad social y corren el peligro de ser manipulados por ideologías extrañas”.

La valentía y claridad con la que se pronunció, no a todos asentó de la misma manera, por eso también será un Pastor criticado; no obstante, también en esos momentos tuvo su mensaje, como lo recuerda aquel artículo titulado A los fieles de mi diócesis del 25 de enero de 1990 y que publicó La Nación, en el que dice: “no resulta nada nuevo para ustedes la claridad y la vehemencia de mis denuncias sobre los atropellos que se han venido presentando, en el correr de estos años, en el desarrollo tanto a nivel local como nacional. Creo haber sido fiel al Señor en ustedes, en cuanto la conciencia me lo ha demandado y mi deber pastoral me lo ha exigido, al combatir toda lacra social y moral, toda corrupción pública. ¡Sería lamentable que no lo hubiera hecho! En todos estos años podrán atacarme en más de una cosa, pero no de comportarme como perro mudo, por cálculo, ante determinadas irresponsabilidades en el acontecer nacional… todos ustedes saben perfectamente que no conozco ataduras, que no tengo dueño, que he dicho la verdad a tirios y troyanos, a güelfos y gibelinos, que puedo hablar no sólo con libertad ciudadana, sino con responsabilidad y celo de Pastor”.

Y es que pastor celoso fue desde siempre, sino para ir terminado, miremos este texto de la Carta Navideña que escribió al mismísimo Somoza para el 24 de diciembre de 1978; en la que le dice: “Señor Somoza, por más ejércitos que usted tenga a su mando, por más pertrechos de guerra con que cuente, por más poderoso que se sienta, nunca contará con la fuerza suficiente para impedirme que me sienta hijo de Dios, y en consecuencia hermano de todos los hombres. Reconozco su potencial económico, su ominosa fuerza bélica, mas todo eso resulta impotente para silenciar la voz de mi conciencia que le dice a la suya, por más acallada que se encuentre, que jamás podría estar de acuerdo ni con los crímenes que usted y los suyos perpetran, ni con el dolor que ocasionan, ni con las vidas que siegan ni con las muertes que causan, ni con el odio que siembran, ni con el futuro desastroso y la ruina fatal que sin duda están procurando a ese pueblo que desgraciadamente ha tenido que soportarles… es la expresión de una conciencia humana, viril y cristiana de un Pastor del Rebaño de Jesucristo que jamás podría permanecer en silencio…”; sin duda alguna, estas líneas hablan por sí solas.

Finalmente, quiero terminar esta entrega, con aquello que nos compartió Mons. Trejos al ser consultado sobre Costa Rica ya siendo obispo emérito, concretamente para el año 2015 en entrevista a Radio Sinaí 103.9 FM, cuando nos dijo: “a Costa Rica lo que le falta es dignidad, respeto; en primer lugar respeto a Dios que es el autor de la vida y nuestro dueño; lo que hay es un verdadero relajo; si los políticos buscaran el bien común tendrían la presencia de Dios, pero lo que buscan son sus propios intereses, por eso tienen el pueblo defraudado; y alzo la voz por esos pretenciosos que quieren hacerse más que Dios. La salida, en la lógica del cristiano es la fe, porque hemos perdido la fe en Dios es que hemos borrado la figura y la dignidad del hombre, somos hijos y no esclavos…, porque no podemos servir a Dios y al dinero, y si no adoramos y servimos al verdadero Dios, somos idólatras”, concluyó.

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