Sabalito vive celebración de la Octava de Pascua

Durante la Octava de Pascua, en el templo Parroquial Nuestra Señora de la Asunción de Sabalito, se celebró la santa eucaristía a las 6:00 pm y en cada uno de los días se reflexionó no sólo sobre las lecturas correspondientes, sino también acerca de un sacramento en especial.

Así entonces, durante el día martes, se nos recordó que la Iglesia nos anima durante la Pascua, a volver nuestro rostro nuevamente hacia Jesús y así experimentar el paso del Señor por nuestra vida…. El Señor nos invita a levantarnos, para que podamos volver otra vez hacia él y poder entonces decirle Maestro y reconocer a Jesús, como el Resucitado, el Dios de la historia, el Dios de la Salvación, aquél que no se quedó en la tumba, sino que se ha levantado y ha rescatado de la muerte a aquellos que vivían y yacían en la condenación eterna.

Se reflexionó acerca del sacramento de la Reconciliación, el cual es catalogado dentro de la liturgia como un sacramento de curación. El pecado hace que nuestra amistad con Dios se rompa. El pecado causa profundas heridas al alma, heridas profundas a nuestro cuerpo, nuestro ser, nuestra mente… Y con el sacramento de la Reconciliación, que es gracia divina de Dios directa sobre nosotros, la cual, con su gracia santificante, nos perdona, limpia, purifica y también restaura las culpas y las heridas que causa el pecado en cada ser humano.

Para el día miércoles durante la homilía, el Pbro. José Israel habló acerca de las palabras sensibles que brindaba la escucha de la Palabra de Dios, en ese día, la cual decía que debemos estar siempre con el Señor. Y se reflexionó además, sobre dos de los sacramentos de la iniciación cristiana, esos que de repente, hicimos una vez el sacramento de la confirmación y olvidamos y otro que lo celebramos domingo a domingo, pero sin sentido muchas veces, porque lo vemos como rutina, como una obligación, porque hemos dejado de saborear la presencia real de Jesús en la eucaristía. La eucaristía es alimento para seguir, la confirmación pacto eterno de madurez cristiana, para alcanzar el punto alto de madurez y ser testigo de Jesús.

Por tanto, el sacramento de la Eucaristía, es un viático, una ayuda, un plus para poder continuar en el camino de la vida, creciendo, purificándonos, alimentándonos, sobre todo para ser buenos y santos. El sacramento de la Confirmación, nos hace testigos de esas promesas acontecidas en el Misterio Pascual, por nuestro bautismo.

El jueves, el Pbro. José Israel, nos habló acerca de que el anuncio de que Cristo ha resucitado ha empezado a escucharse en el pueblo. Los Hechos de los Apóstoles muestran la predicación de aquellos que fueron testigos del Maestro, antes de la Pascua y testigos oculares después de la Resurrección. Podemos palpar, los frutos mismos en nuestra vida, en nuestro quehacer, de vivir siendo anunciadores del anuncio del Resucitado. El propósito de esta Pascua en nuestra vida, debe ser, el que Dios vive, está entre nosotros, y enmarcar desde ahí la reflexión sobre el sacramento de la Unción de los Enfermos. En medio de la enfermedad, Dios camina con nosotros, en medio del sufrimiento, Dios está al amparo de nosotros, en medio de las carencias y el llanto de la desesperación, Dios siempre nos muestra una mano en quien confiar. El dolor es una de las situaciones más fuertes del ser humano y a nadie le gustaría tener dolor. Sin embargo, ese dolor, que de repente es provocado por el pecado, por el pecado de Adán y Eva, porque recordemos, que éramos perfectos creados a imagen y semejanza de Dios, pero por la libertad entró el pecado, y con él entró el dolor al mismo hombre. Pero Dios también se compadece de nuestra frágil naturaleza, Dios también se compadece de la enfermedad y por eso nos dejó un sacramento para aliviar nuestras enfermedades.

Para el día viernes, durante la homilía, el sacerdote inicia reflexionando acerca de las palabras finales del Evangelio, donde dice que “esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos”. Precisamente cuando vemos el Cirio Pascual, esa llama grande, fuerte, que convence, que debe iluminar nuestras vidas, no hay necesidad de esperar ver las llagas o agujeros de Dios en sus manos o pies, sino que con nuestra fe y la esperanza de la Resurrección y la luz del Cirio, que es la misma luz de Cristo Resucitado, y al igual que el sábado santo durante la Vigilia, cantábamos gozosos esta es la noche en que Cristo ha vencido la muerte, ha vencido el pecado, ha vencido la división y egoísmo mismo, ha vencido a Satanás y por eso la muerte no tiene más dominio sobre nosotros, ni el pecado tiene la última palabra, quien debe presidir nuestra vida es Cristo Resucitado, Cristo que ilumina y que nos invita a caminar siempre con su luz. Y esto, da pie a reflexionar profundamente sobre esa vida en Cristo que cada uno de los fieles hemos alcanzado, no por nuestros méritos sino por los méritos de Cristo Resucitado, aquél que dio la vida, aquel que padeció, murió, estuvo en el sepulcro y resucitó. Esa vida, se llama Bautismo. Con las aguas del bautismo, alcanzamos una nueva condición y hemos sido asociados al misterio de Cristo Redentor. Por el Bautismo, se nos lava del pecado original, que por desobediencia de Adán y Eva, el hombre arrastra. Por el Bautismo, se nos ha abierto las puertas del Paraíso, la vida nueva, la Pascua Eterna, la Jerusalén celeste.

Qué dichosos somos entonces no por nuestros méritos y grandes capacidades, sino por poder vivir la alegría del resucitado, por celebrar a Cristo que ha resucitado. La secuencia que hemos leído y contemplado durante estos días, nos recuerda la alegría de los cristianos, porque el Señor de la Vida, el Señor de la Historia, está vivo y está entre nosotros. Desde esta perspectiva tiene sentido vivir el segundo domingo de la Pascua, o llamado “in albis”. Como bautizados, debemos ser en el mundo, testigos de aquel que está vivo, de aquel que tiene poder, de aquel que tiene el mando sobre nosotros, de aquel que es la luz que ilumina nuestras tinieblas, de aquel que nos guía para seguir adelante.

En ese día, se reflexionó también en el sacramento del matrimonio. Muchos de los presentes, son sacramento del amor de Dios en medio de su pueblo. El matrimonio, sólo se puede entender cuando los contrayentes vienen a que por medio del sacramento, Dios bendiga su amor y que ese amor se convierta entonces en signo visible del amor de Dios por su Iglesia. Por tanto, los contrayentes deben ser fieles, deben respetarse y amarse y para que el sacramento sea válido, deben ser fieles, en primer lugar. Además, los esposos deben ser luz en medio de la sociedad y de la familia. Y ser así los primeros responsables en la educación de los hijos y especialmente en la fe de la Iglesia.

Y el día domingo, día en que se celebró la fiesta de Jesús de la Divina Misericordia, se nos recuerda que son dichosos aquellos que creen sin haber visto. Y cómo la Pascua ha motivado a nuestro corazón para vivir conforme al corazón de Cristo Resucitado. La Iglesia canta porque su Señor, está vivo. Debemos mantenernos todavía más firmes que Tomás porque no solo lo reconocemos como el Dios vivo, sino que también vivimos según las exigencias del Dios de la Resurrección y nos hemos convertido en testigos de la Resurrección por medio de las aguas del Bautismo. Y el día de hoy, haber peregrinado hasta las plantas de Nuestro Señor, en la comunidad de Brasilia por intercesión de San Juan Pablo II, nos hace entonces mirar la gran misericordia de Dios y el amor que Dios tiene para con nosotros. Nunca se cansa de amarnos, quienes nos cansamos, somos infieles o malagradecidos, nosotros. Él nunca se cansa de mostrarnos y brindarnos su amor. En nuestros días, podemos experimentar desde diferentes ámbitos o formas, el amor de Dios para con nosotros.

Como último día de reflexión, se dirigió el pensamiento al Orden Sacerdotal. Oramos por los presbíteros, obispos, diáconos; hoy le pedimos al Dios de la mies, para que envíe obreros a su mies. Para que envíe obreros jóvenes y valientes para que se acerquen a la escucha de la vocación. Para que puedan descubrir que entregándose al sacerdocio, es una forma también de amarle y entregarse a la Iglesia en el servicio desinteresado. Sólo así se entiende la ordenación sacerdotal, del hombre que dice sí a Dios, del hombre que libremente aceptada y dice sí al Señor Jesús, para servir en la Iglesia, en el ministerio sacerdotal. Oramos por el padre Roberto, el padre Elí y el padre Juan Carlos, hijos de esta parroquia, que son ejemplo de esa entrega generosa y también pedimos a Dios, para que en nuestras familias, Dios llame a jóvenes valientes a entregarse más por su Iglesia.

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