Sacerdocio: gran misterio de amor

        La Diócesis de San Isidro, vivió hoy con gran alegría la ordenación sacerdotal del Diác. José Alejandro Gamboa Conejo, y la ordenación diaconal de Jesús Piedra Barboza; con gran gozo el Pueblo de Dios, pastores y laicos, se congregaron en el templo Catedral de San Isidro para ser testigos del misterio amoroso de Dios por los suyos.

        Con una Catedral abarrotada de fieles, dio inicio la Eucaristía mientras los ministros ordenados y servidores del altar peregrinaban en la procesión de entrada, recordando de manera bella junto al canto que somos hijos del cielo, peregrinos de esta tierra pero herederos de las moradas de Dios. Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, pueblo de Dios, bendice a tu Señor se entonada a una sola voz, mientras en la tierra se podía descubrir la antesala de la fiesta celestial a la que somos llamados.

        La presencia de dos obispos, con más de medio centenar de sacerdotes, un considerable número seminaristas, religiosas y laicos engalanaron esta mañana, una plegaria confiada elevada a Dios por los nuevos ministros ordenados. Era sin duda una ocasión especial, no sólo era un nuevo sacerdote para el presbiterio diocesano y un nuevo diácono, sino que sería el primer sacerdote que Mons. Montero ordenaba para nuestra tierra del Sur.

        Durante la homilía, Mons. Montero recordó que “la vida es solemne, pero hay algunos momentos particularmente solemnes como hoy, dos jóvenes harán un compromiso sagrado, resaltando la dignidad de la persona humana, dándonos cuenta de lo importante que es un sí que compromete nuestra vida; pues dos jóvenes entregan su vida enteramente a Dios para servir a Dios y a la Iglesia. La ordenación misma tiene su propia sacralidad”. Esta sacralidad se vivió paso a paso en cada rito que acompañó las casi tres horas de celebración litúrgica.

        El obispo diocesano, aunque señaló la necesidad de vocaciones para la diócesis y para el mundo, con esperanza recordó que “son miles los que en todo el mundo se adhieren a la vida consagrada; la fe no se ha terminado, los gérmenes de la presencia de Dios y de la acción del Espíritu Santo siguen llevando a miles de jóvenes a seguir a Jesucristo”. Con esto, invitó a más de 180 jóvenes presentes en la Eucaristía y que se preparan para recibir el Sacramento de la Confirmación, a preguntarse a qué los está llamando Dios.

        Mons. Montero se preguntó: “¿qué sigue atrayendo al joven a optar por esta vida, cuando tiene cosas tan lindas pero también tan difíciles, cuando te pide renunciar a cosas que son íntimas a tu corazón, te pide renunciar a tu familia, tu patria y tu cultura, renunciar a una mujer y al matrimonio, renunciar a tener tus propios hijos e incluso renunciar a tener tu fortuna para vivir humilde en el servicio a la iglesia? Ante este misterio, debemos inclinarnos sorprendidos y agradecidos; la vocación es un misterio”, indicó.

        Con la primera lectura, recordó que “una vocación extraordinaria solo puede venir de Dios, llenándolos de su Espíritu para que puedan ser testigos hasta los confines de la tierra, ese Espíritu unge y consagra, eso vamos a presenciar aquí; el Señor reserva esta consagración para unos simples humanos, que no tenemos nada de especial, solo ha sido misericordia, todo es obra suya”, precisó el obispo diocesano.

        Hablando a los nuevos ordenados, señaló: Dios “nos envía a anunciar la buena noticia a los pobres, sufrientes y humillados, dedicar la vida entera a los excluidos, últimos y olvidados de la sociedad. ¿A quién no le gustaría ser mensajero de buenas noticias, e ir por el mundo llevando la alegría de la salvación?” Ante esto, con las lecturas, les dijo que serían consagrados “para llevar esperanza a quienes no la tiene”.

        La homilía, fue también momento para expresar con el Evangelio la misión del pastor, “como pastores debemos acompañar al pueblo, nos pone al frente para guiarlo por los caminos de la justicia y de la paz. ¡Qué vocación tan extraordinaria! pastores del Pueblo de Dios. ¡Qúe exigencia tan grande y que gracia tan admirable se concede para cumplir esta tarea! Pero hay que ser como Jesús, que se mezcla con el pueblo hasta el punto de tener oler a oveja, y las ovejas no huelen nada bonito; por eso los pastores son figuras despreciadas porque olían mal; el papa pide empaparse del olor, hay que ser cercanos y conocer su nombre para llevarlos al camino de la salvación”, pidió monseñor con vehemencia, al tiempo que agradeció por constatar en las Visitas Pastorales, a sacerdotes “que están muy cerca del pueblo, que comen con ellos y saben su nombre”.

        Finalmente, dijo “seamos pastores no mercenarios, no asalariados que viven y trabajan por una gloria humana y una recompensa, se trabaja por la construcción del Reino sin importan las consecuencias; den la vida por sus ovejas, entreguémonos por completo sin reservas…, hoy se vende muy barata la carne de los curas, hoy matan sacerdotes en América Latina, la carne del cura está valiendo muy poco o mucho, no sé, ante los ojos de algunos que quieren eliminarles, hay muchos que tienen el interés de acabar con los sacerdotes. A todo eso estemos dispuestos, estemos dispuestos a dar la vida por el Señor. Tomen muy en serio este día, recuérdenlo siempre, estén dispuestos a cualquier sacrificio, para poder servir al Señor y a la Iglesia”.

        Posteriormente, por medio del rito sobrio pero digno, fuimos testigos de la acción de Dios; el canto de las letanías de los santos hicieron entrar a los presentes en ese ámbito de lo sagrado, cuando a una voz se unieron en la plegaria que pedía a nuestros hermanos que están en el cielo su intercesión por nosotros. Las oraciones fueron sucediendo una a una y haciéndonos comprender cómo Dios cumple su promesa: no los dejaré solos, estaré con ustedes hasta el fin del mundo.

        La imposición de manos del obispo con la debida petición de la acción del Espíritu Santo, deparó a la Iglesia diocesana primero un diácono y luego un presbítero; para el segundo quedó claramente demostrada esa dimensión comunitaria del presbiterio y por ende de los hermanos. Cómo olvidar aquel detalle sobrio pero profundo, cuando en el rito de la paz en el colegio presbiteral, muchos sacerdotes besamos las manos del nuevo Padre Alejandro, las manos de los sacerdotes han sido consagradas por Dios y a Él le pertenecen.

        El Diác. Jesús Piedra preparó el altar, ejerciendo de una vez su ministerio, y en pocos minutos el mismo Dios se haría alimento, gracias al misterio profundo de la Eucaristía en donde el recién ordenado Pbro. Alejandro Gamboa tomaría parte como segundo concelebrante.

        Así, la diócesis vivió con gozo esta magna celebración, pidiendo a Dios que siempre nos de los pastores que el pueblo necesita, para que la acción evangelizadora se realice según su voluntad.

         

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