Vivencias del Ministerio de Mons. Ignacio Trejos Picado

En la primera entrega de esta serie “servir es reinar”, Mons. Ignacio Trejos nos sorprendió con una frase que describe en mucho la vida del episcopado, cuando nos dijo: “si hasta el momento he obedecido, si bien es la orden del papa, obedezco; ahí, comenzó la cruz del episcopado y la corona de espinas de la mitra”; en esta segunda entrega, queremos acercarnos un poco a este ministerio, al servicio que siempre estará marcado por la cruz y las espinas, pero donde también como ya lo sabemos, luego del Calvario estará la Resurrección.

Aquellas sentidas palabras de Trejos, como muchos le dicen de cariño, marcarían desde el inicio su episcopado, cuando “la cercanía con su arzobispo se volvió en lejanía tras su nombramiento, somos humanos y hay que ponerse en la verdad”, nos comentó monseñor en la entrevista a Radio Sinaí; así, comprendemos aquellos primeros años de episcopado como Auxiliar de San José, ciertamente, como años sufridos y de gran desierto.

Tras una conversación con el Papa Pablo VI donde expuso su sentir, y a quien pidió una breve audiencia en el año 1971, recibió nuevas fuerzas tras confiar en que el mismo Sumo Pontífice le dijo conocer la situación y estar dispuesto a ayudar apenas se dieran las condiciones; fue así, como tras la muerte de Mons. Delfín Quesada Castro, llegará su nombramiento a la muy lejana y hasta temida tierra del Sur, para aquellos años.

Quiero aclarar acá, que cualquier episcopado tendrá que ser abordado con sumo cuidado y en todo caso tendrá tanto de bien que será imposible consignarlo todo, puesto que mucho de ese servicio pasa en el mayor de los anonimatos; entonces, pretender abarcar el ministerio de Mons. Trejos con todas sus cualidades y años, será simplemente imposible. Por tal razón, me permito hacer una breve semblanza de algunos elementos que quisiera destacar.

Tras su nombramiento en diciembre de 1974 y su toma de posesión del 22 de enero de 1975, Mons. Trejos confiesa haber sentido “liberación, eran nuevos campos de acción, una experiencia dura porque apenas conocía el centro de San Isidro de El General, pero agradezco mucho al Padre Madrigal y al Padre Godínez que me llevaron a esa gira por el Sur de tantos recuerdos, fue una gira de un día…”.

De su ministerio episcopal, rescata con gran alegría un noble sentimiento hacia los laicos; “encontré una nueva realidad, me alegró mucho que Mons. Quesada había promovido los delegados de la Palabra, y ese fue el primer campo de acción que tanto recuerdo, hasta tener el primer encuentro de Delegados a nivel nacional donde contamos con el estímulo del mismo papa Pablo VI… Era una nueva misión, un campo desconocido pero lleno de sorpresas, vi que el Pueblo de Dios estaba sediento del Evangelio; por eso, al llegar, lo primero que hice fue poner una propaganda manuscrita en las ermitas que decía: lea la Biblia”, recordó Mons. Trejos visiblemente emocionado, al tiempo que mostraba una paz interior por la misión cumplida, misión de la cual hoy seguimos disfrutando de tantos dones y de tanto bien para nuestras comunidades cristianas.

Pero si monseñor Trejos valora al laicado, donde como él mismo nos dijo, pudo ver “el Pueblo de Dios que estaba dispuesto a esparcir la Palabra”; sentimientos muy altos y dignos tiene también para el clero, para esos hombres que le acompañaron a pastorear la grey confiada, por eso dirá: “podrá haber muchos defectos en el clero, pero no es un clero vago, una gratitud debo expresar a los sacerdotes, tan esforzados en ambientes tan difíciles, son sacerdotes que dan la talla; eso me valió para fundar la Casa Santa María, centro que ha dado algunos frutos para el Clero Diocesano”, señaló con gran satisfacción el entregado obispo; recordemos que gran parte del presbiterio de la Diócesis de San Isidro fue ordenado por él, tras sus casi tres décadas de ministerio episcopal.

Este amor particular por sus sacerdotes y las vocaciones sacerdotales, queda claramente expresado en el pensamiento que comparte años más tarde cuando es entrevistado para Radio Sinaí, y dirá: “las vocaciones son el corazón de la Iglesia, sin sacerdotes no hay Iglesia, sin sacerdotes no hay Eucaristía, sin sacerdotes no se hace presente el Señor…; es Dios quien nos ha llamado y no nosotros que le hemos escogido…, el sacerdocio es un misterio; si no, que lo diga la Providencia”, recordó monseñor Trejos. Y visiblemente consternado agregó: “cómo derrama sangre el corazón del obispo cuando ve que un sacerdote al que le impuso las manos abandona el ministerio, que un sacerdote que él mismo ha ordenado no quiere obedecer o le hace mala cara después de años porque fue enérgico en defensa de su sacerdocio…; el sacerdocio es un don de Dios, el regalo de Cristo para la Iglesia que peregrina en este mundo en medio de tanta adversidad, pero hay esperanza, hay salida…”, precisó.

Si hay esperanza, entonces es preciso poder conocer de un obispo con medio siglo de episcopado, el consejo que dirige a tantos jóvenes con inquietudes vocacionales; a ellos dice: “si quieren ser sacerdotes, les digo que lo piensen y lo decidan ante la imagen del Crucificado, pues si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome consigo la cruz, y siga mis pasos ensangrentados y, recuerden aquellas palabras de Jesús: no tengan miedo yo he vencido al mundo”, recalcó el prelado.

Por otro lado, y no menos importante, Mons. Trejos Picado tuvo que cargar sobre sus hombros la difícil tarea de reorganizar y conformar una creciente y pujante diócesis en lo pastoral y administrativo. Bajo su extenso episcopado nacieron experiencias que aumentaron la espiritualidad y la fe del pueblo como lo es los Cenáculos Familiares del Rosario, su particular atención a los retiros de Promoción Cristiana que siempre defendió como un arma para avivar las comunidades, la atención cercana a las personas, su extraordinaria agenda que aun no entiendo cómo alcanzaba para estar en su cátedra y nunca descuidar las parroquias a las que visitaba con regularidad y alegría, sus visitas sorpresas a las casas curales o conventos para cerciorarse personalmente que estuvieran bien los suyos, y la aparición de infraestructuras que traerían renovado espíritu pastoral, como lo fueron la Casa Sinaí, el Centro Pastoral de Pejibaye y el Monte de la Cruz en Pacurito, sin olvidar la ya mencionada Casa Santa María como centro vocacional. Durante su episcopado, también, se crearon gran número de parroquias, llegaron a la diócesis distintas comunidades religiosas y ordenó a 49 sacerdotes para el servicio diocesano, siendo el Pbro. Noel Antillón Granados (qdDg) el primero y el Pbro. Francisco Mora Hernández el último.

Tanto trabajo y entrega, solo pueden tener el soporte en Dios mismo, por eso al preguntarle a Mons. Trejos quién es Dios para él, no dudó en decirnos: “Él lo sabe, de cuyas manos hemos salido, es el Padre que amándonos tanto nos envió a su Hijo querido para que sea nuestra Salvación; no hay Palabra más libre que la del Evangelio, y dichoso si nos toca morir por testificar el Evangelio”.

Finalmente, es esto lo que hace que Mons. Trejos esté claro en la realidad de su ministerio, obra que sin duda es de Dios y a Él da los créditos. “Jesús eligió a unos pescadores, para el Señor no hay clases sociales, para el mundo los pescadores son unos desgraciados, para Cristo no…; ciertamente no eligió políticos, ni profesionales con títulos, pensó en lo que no vale para el mundo… fíjate, yo llegué a ser obispo… La Iglesia trata de ser fiel, todos me conocen en San Isidro, en 30 años conocen todos mis defectos, pero saben que todo lo que yo hice en el Valle es buscando el bien de las almas; si uno se pusiera a complacer el mundo, a ver si dicen bien o mal de uno, no haría nada…; hay que luchar contra corriente”, precisó.

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